Cine
"Una mina, una familia", o el espíritu del trabajo colectivo
Escrito por Federico Maehama   
Viernes, 16 de Diciembre de 2011

“Una mina, una familia”. Ese es el espíritu de Iwaki, un frío pueblo del norte de Japón. Pero si el carbón ha sido el combustible que ha ido alimentando durante generaciones la identidad de los habitantes -porque, “por más que te laves las manos, el carbón de las uñas no se te va”-, la llegada del petróleo hace que las minas, una a una, vayan cerrando. El carbón, negro y frío, y, a la par, la vida de los habitantes, poco a poco se va apagando. Hay, sin embargo, una luz. Es la que presenta la empresa minera local: construir un complejo turístico hawaiano, el primero en Japón, cuyo principal atractivo serán las bailarinas de Hula.

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Retrato de una infancia (que nadie sabe)
Escrito por Federico Maehama   
Viernes, 16 de Diciembre de 2011

Entre todos los muebles que ha traído el camión de mudanza, hay dos valijas, una rosa y otra negra. La madre y el muchacho las bajan con cuidado. Son pesadas, pero igual las suben por la escalera hasta el primer piso del pequeño departamento que alquilan en Tokio.

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El sabor del té
Escrito por Federico Maehama   
Viernes, 16 de Diciembre de 2011

Ellos parecen una familia… (¿cómo decirlo?) “común”: un padre terapeuta, una madre dibujante de animé, un hijo estudiante de secundario, una hija de primario, dos tíos (o hermanos o hijos, según corresponda) y un abuelo…

Pero empecemos por el abuelo, que tiene canas, como todos los abuelos, algunas paradas en un mechón; la vista, la mirada de un loquito, y las pestañas de un gallego. Pasa minutos molestando a su nieta, a través de la ventana; gusta posar como un personaje de historieta, golpea su diapasón, entona una nota y luego sigue comiendo o tomando té.

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Retrato de un artista anciano
Escrito por Federico Maehama   
Viernes, 16 de Diciembre de 2011

Se dice que los gatos son los menos hipócritas, autosuficientes, y que pueden adaptarse tanto a la vida hogareña como a la calle. Misterioso animal, ha sido adorado por poetas como Charles Baudelaire y Paul Verlaine. Son esas características las que posee Jimmy Mirikitani, un artista de 85 años nacido en Sacramento, pero criado en Hiroshima, que pinta, justamente, gatos.
Su biografía pudo haber sido la de un anciano extravagante, la de un homeless que exhibía su arte en las calles del Soho, en Nueva York, pero Linda Hattendorf, cámara en mano, decidió rescatarlo del anonimato y de la calle. Lo que obtiene, al final, es un extraordinario documental, The Cats of Mirikitani, y una entrañable amistad, al punto de que hasta la propia vida de la documentalista es afectada, porque en lo que ella hizo foco se salió de su cámara y penetró en su vida.

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