Viernes, 16 de Diciembre de 2011
Retrato de una infancia (que nadie sabe)
Escrito por Federico Maehama   

Entre todos los muebles que ha traído el camión de mudanza, hay dos valijas, una rosa y otra negra. La madre y el muchacho las bajan con cuidado. Son pesadas, pero igual las suben por la escalera hasta el primer piso del pequeño departamento que alquilan en Tokio.

Una vez dentro, ambos descansan. La valija rosa comienza a moverse. ¡Chotto matte!, se escucha, abren las valijas: de la rosa sale una niña; de la negro, un niño. Ya de noche, el muchacho va hasta el centro a buscar a su otra hermana, quien subirá por las escaleras también, pero en puntas de pie.
Es otoño, y ahora están todos juntos: Keiko, la madre, y sus cuatro hijos: Akira, Kioko, Shigeru y Yuki. Keiko les impone las reglas: está prohibido gritar y salir del piso, ni siquiera al balcón, porque el casero los echaría si se enterase de que ella cuida sola de los niños.
Cada uno de los chicos es de un padre diferente y ninguno va al colegio. Akira, el mayor, tiene doce y cuida de sus hermanitos cada vez que la madre va a trabajar. En apariencia, es una familia afectuosa y unida que disfruta de cada momento de la vida. Un día, sin embargo, ella desaparece y sólo deja algo de plata y una nota para Akira: “Mamá tiene que irse unos días, cuida de Kioko, Shigeru y Yuki”.
Así empieza una nueva vida para los cuatro niños, que ahora se tienen a sí mismos; una vida que nadie sabe.
Es invierno. Ha pasado un mes desde que la madre se fue, pero los cuatro niños se las arreglan y siguen respetando las reglas.
Ella regresa cargada de regalos. No se queda mucho tiempo. Recoge ropa de invierno y promete volver para Navidad.
Pero no vuelve.
El día de Año Nuevo, Akira marca un número de teléfono que ha encontrado. Su madre se presenta con un nuevo apellido, y el chico cuelga sin decir nada. Él se ha dado cuenta, pero no quiere que sus hermanos lo sepan.
Para primavera, la madre ya no manda dinero, y los niños no pueden pagar las cuentas. Akira decide que debe cuidar mejor de sus hermanos; es consciente de que deben estar unidos. Los cuatro salen del piso, juntos por primera vez. Están locos de alegría por estar al aire libre después de tanto tiempo. Compran lo que quieren en el supermercado y van a jugar a la plaza.
En verano los chicos siguen saliendo. Les han cortado el agua y la electricidad, por lo que aprovechan la plaza y lavan la ropa. En ese exterior, la gente sigue yendo a sus trabajos, paseando a sus mascotas; los colectivos pasan, pero nadie sabe.
Si bien ha sido un hecho real, 15 años después la historia fue guionada y filmada por Kore eda Hirokazu, y titulada Dare mo Shiranai (Nadie sabe).
El hecho real fue conocido en 1988 como "el suceso de los cuatro niños abandonados en Nishi Sugano", y, al igual que en la película, los cuatro chiso eran de padres diferentes, no habían ido al colegio, y tampoco existían legalmente, ya que sus nacimientos no habían sido registrados. Vivieron seis meses solos, luego de haber sido abandonados por su madre, hasta que las autoridades descubrieron el caso, al morir la más pequeña.
Un tema central de Nadie sabe es, justamente, la vida clandestina de los niños, "un problema social", señaló Kore eda (según el Ministerio de Educación de Japón, en 1987 el número de niños desconocidos de entre 7 y 14 años era de 533, y en el 2000, de 302, aunque, dice Kore eda, las cifras sólo se refieren a niños cuyo nacimiento ha sido declarado).
"Este suceso hizo que me planteara varias preguntas -dice el director, cuyo tercer film, After Life (1999), fue elegido como mejor película en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires-. La vida de esos niños no pudo ser únicamente negativa. Debieron haber disfrutado de momentos de complicidad, de alegría, de tristeza y de esperanza. No quería mostrar el «infierno» visto desde afuera, sino la «riqueza» de sus vidas desde adentro".
De esta manera, las estaciones fueron pasando y la cámara ha seguido a los chicos en su evolución, pero también haciendo foco en objetos simbólicos, como las plantas, una laca de uñas, un piano miniatura, zapatillas con sonido, cuencos de ramen instantáneos (fideos) y una caja de bombones.