Segunda entrega de espantapájaros, pobladores de una aldea. En este caso, Amakusa, ubicada en la prefectura de Kumamoto.
Los pueblitos del Japón tienen ciertas características que comparten y los distinguen unos de otros. La principal se funde en la nostalgia del sentimiento de furusato, los recuerdos del pasado, de sus habitantes que lo construyeron con tanto esfuerzo, y que ya no están; la profunda comunión con la naturaleza, la melancolía del paso del tiempo, y los sentimientos puros tal como se transmiten en la melodía de la canción.
Estos pueblos, paradójicamente, se han ido despoblando, porque sus habitantes han fallecido, o porque los jóvenes se han ido a las grandes ciudades, haciendo de este sentimiento de nostalgia y melancolía, algo desbordante. Muchos de ellos suelen ubicarse en la montaña o alejados de las ciudades, y rodeados de abundante naturaleza, el cual aporta un escenario para el disfrute, la apreciación tranquila, y el dejar fluir estas sensaciones. Todas estas características compartidas son resaltadas por los actuales pobladores de las aldeas. Indagando en los porqués de este deseo de resaltar que se enlaza no sólo con la creación artesanal de los espantapájaros, sino también con la recreación de las escenas en las cuales ellos intervienen animadamente, en el armado y reproducción de esa estenografía, se pueden percibir una intención de despertar ante quién los observa, un sentimiento muy especial, y asociado a tiempos muy remotos, relacionados con la vida rural y la cultura de los pueblos del Japón. Así es el caso de la aldea de Amakusa, en el área metropolitana de Miyajidake, en la prefectura de Kumamoto, a lo largo de la ruta nacional 266, especialmente el recorrido donde se incluyen las ciudades de Hondo y Ujibuka, que se llenó de vida a través de la recreación mediante estos muñecos. Allí residen aproximadamente 180 espantapájaros. Esta mágica aldea y sus alrededores reúne las características descriptas anteriormente, y otras también muy interesantes. La creación artesanal se genera a partir del uso de temáticas para la representación de las escenas para la recreación del lugar. De esta manera, los espantapájaros representan escenas en torno a la vida rural antigua, los festivales, y la escuela primaria. Otro aspecto a destacar es la integración de los pobladores para la elaboración artesanal, y las edades involucradas en la misma, siendo los acianos y los niños de la escuela primaria. Además, hay una NPO que se encarga de la revitalización de la aldea. Eso es muy característico de la sociedad japonesa, es decir, que la gente mayor siga estando muy activa, y participando de actividades comunitarias. En cuanto al marco en que estas escenas se reproducen, se podría definir como un pueblito rural muy anticuado, usando incluso herramientas agrícolas rudimentarias, así fue el deseo del jefe de la aldea, Hiroyuki Usui, quien generó esta iniciativa, y quien quiso representar la vida rural antes de la mecanización de la agricultura, agregando que los espantapájaros son algo así como el aderezo que hace mantener el vínculo persona con persona. De esta manera, la vida rural antigua y el escenario campestre nostálgico es recreado por los muñequitos agrupados, y representando situaciones de la vida cotidiana: niños debajo de un árbol, sentados en hamacas rudimentarias, o ayudando a sacar agua de un aljibe de piedra, niña ayudando a su abuela a machacar con el mortero de piedra, señor arando el campo con animal, utilizando baldes de acero antiguos para bañar a los niños, pescando a la orilla del arroyo, jugando al jueguito del pez dorado, etcétera. Todas estas situaciones reales con los muñecos se sitúan en el mismo tiempo y espacio que la celebración de un matsuri y una clase de escuela primaria. La representación del matsuri, donde ellos tocan la flauta, los tambores japoneses (Taiko), y bailan el odori, celebrando alegremente, y ubicados en posiciones y formas reales. A estas representaciones, se le añaden las de la escuela primaria, donde ellos están ubicados en pupitres antiguos al aire libre. Los visitantes del lugar, y los turistas, suelen asistir a ver este escenario en el popular Hana Matsuri que se celebra, generalmente, desde fines de abril hasta principios del mes de mayo. En ese periodo, se aprovecha para presentar nuevas creaciones, y también para vender comida casera y bebida. En el matsuri bailan, tocan los tambores, hay danza del león, así, ambos matsuris, el real y el de libros de cuentos, tiñen ese lugar de mágica festividad. Este evento se suele celebrar desde hace seis años, aproximadamente, y la gente que los visita suele disfrutar del espectáculo. Esta preciosa recreación que se hace del pueblo no sólo es una ingeniosa e inocente forma de atraer a nuevos visitantes, sino que es una manera de mostrar que el espíritu de la aldea sigue latiendo sin cesar, al compás de su historia, y sus recuerdos. La vida antigua del campo rural es la principal protagonista, y sus actuales habitantes, se esfuerzan por mantenerla viva, conviviendo alegremente con estos animados muñequitos, y como alguna vez afirmó el señor Usui, ellos son el aderezo que hace mantener el vínculo de persona con persona.
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