Jueves, 19 de Junio de 2014
Información y cultura estratégica japonesa (I parte)
Escrito por Por los Dres. José L. Anzit Guerrero y Carlos A. Raubian*   

Desde siempre, en Japón se ha considerado la información como un elemento central para su desarrollo económico. Esta continuidad se traduce hoy en la noción movilizadora de creación de conocimiento que corresponde a la versión japonesa de la gestión del conocimiento (Knowledge Management). Dicho concepto da lugar al surgimiento de prácticas que tienen por objetivo responder de manera positiva y original a la globalización de los intercambios en la llamada “sociedad de la información”. Estas innovaciones, que todavía se encuentran en su etapa de gestación, parecen perfilarse como el punto de apoyo de la expansión que Japón ha estado viviendo desde comienzos del presente siglo. El artículo que se presenta a continuación pretende hacer una primera aproximación de este fenómeno, desde la perspectiva de la cultura de la estrategia japonesa.

Una cultura de la estrategia designa el conjunto de hábitos de pensamiento y actitudes que inciden en la concepción, organización y uso de los recursos disponibles que sirven a los fines que nos proponemos alcanzar. En ella participan las representaciones de la acción y la relación con el otro, tanto en la cooperación como en el conflicto. La cultura estratégica está marcada por las consecuencias de la adaptación a una realidad y a un entorno físico que es heredera, por igual de una experiencia histórica y de un patrimonio teórico. Tanto la organización política y social como las creencias religiosas influyen en estas culturas y les confieren una especificidad que las distigue entre ellas, sin que por tanto esto les impida inspirarse las unas de las otras por medio del juego de la adaptación y de la innovación. La estrategia no es una ciencia exacta; si una cultura induce de manera privilegiada un cierto número de comportamientos, nos engañaríamos en creer en un determinismo absoluto. Todo actor debe pensar y dirigir su acción a una escala global y no sólo especulando en lo concreto de su cultura, pero también identificando las particularidades innatas en las que fue criado y educado.
Transportando este criterio al específico caso del Japón, podemos apreciar que, durante el siglo XVI de nuestra era, en su texto emblemático y fundamental de la cultura estratégica japonesa, Tsunemoto Yamamoto ("Hagakure. The book of the Samourai") declara que al encontrarse frente al dilema extremo de la vida o la muerte, el guerrero, cuya prioridad sea salvarse, nunca podrá movilizar la totalidad de sus recursos. Al contrario, pensar en morir es la condición para lograr el compromiso total, la más grande entrega y así poder superar sus propias capacidades. Cuatro siglos más tarde, en su comentario de este texto, el novelista Yukio Mishima concluye que la muerte es una consejera y la mejor asistente en la senda de un samurái. Ya es bastante conocida la importancia que se le da al "Budo" (literalmente, senda del guerrero) en la gestión y el despliegue económico japonés. Tanto el obstáculo, la resistencia y el enemigo como las evoluciones y los impedimentos del entorno, lejos de ser ocultados o negados, representan, al contrario, una escuela de
perfeccionamiento, un punto de apoyo para el progreso y el mejoramiento. Las trabas, las dificultades y los malos funcionamientos son identificados, estudiados y respetados porque en su ausencia ya no habrá senda posible, es decir, "Do" (senda). El judo es la senda de la flexibilidad, el aikido el de la armonía. Todo actor, ya sea individual o colectivo, es totalmente responsable de sus fracasos y sus logros sin considerar excusa o estado de ánimo algunos. Un estado de vigilancia permanente deriva de esta actitud. En la realidad de la excelencia japonesa a esto corresponde el lograr procesar la señal débil, y la información para producir conocimiento estratégico. La naturaleza violenta del archipiélago ha hecho que en situaciones extremas, el razonamiento pausado, lineal o causal sean vistos por la cultura japonesa como opciones menos adecuadas para poder sobrevivir. El tiempo del análisis todavía no se ha consumido cuando la destrucción ha culminado, el tsunami hizo erupción, la tierra se ha abierto, el volcán ha escupido lava o el sable ha degollado la cabeza del enemigo. Este pensamiento, aunque inconsciente, permanece en la mente de todo japonés.
Un viejo proverbio asiático dice que “… observando el movimiento de las carpas en el estanque, es que el sabio detecta la proximidad del temblor de tierra…”. Este reconocido pez, dicen los expertos en ictiología, que sienten en su piel los movimientos sísmicos desde el momento en que se están originando y los expresan a través de un comportamiento específico, y tomando como base este ejemplo: las empresas japonesas educan y entrenan su sensibilidad con el fin de que no exista un espacio, tan fino como para que un cabello pueda ocuparlo, entre la detección de una amenaza o de una oportunidad por una parte, y la acción adecuada por la otra. En Japón, continuando con este tema -a través de los escritos del chino Sun Tzu sobre el arte de la guerra-, el combate no es más que la manifestación de lo que preexiste. Siendo más una traducción de los hechos que una prueba de la verdad manifiesta a plena luz del día, quién debe vivir y quién desaparecer. En otras palabras, el combate revela quién está en armonía con el entorno y quién no supo leer las condiciones impuestas por este y adaptarse en consecuencia. Esto implica para todo actor un trabajo constante de perfeccionamiento, anterior a toda acción tangible. He aquí una característica esencial del pensamiento “budo”. El verdadero Japón sería mucho más de lo que deja ver de sí mismo. Sólo lo invisible es japonés, respondía Yukio Mishima a Michael Random (Cfr. Random, Michel,  “Japon. La stratégie de l’invisible”, Editions du Félin, París, 1989), cuando éste se sorprendía porque sólo veía muebles franceses en el apartamento del novelista. La competencia o el combate efectivo se sitúan por encima de la esfera de lo visible y de lo manifiesto. El procesamiento de la información participa plenamente en esta preparación. Los dispositivos de comunicación acoplados a bases de datos pueden acortar los ritmos, pero existe una manera aún más eficaz, resultado de una exigencia cotidiana.
Así como la sensibilidad de las carpas doradas las vuelve capaces de manifestar los signos que el sabio siente, el japonés se encuentra en la escuela perpetua de las condiciones cambiantes que se le imponen y que le dan la oportunidad de desarrollar su “Do”, su senda. Las artes marciales, el arte floral o la ceremonia del té representan, entre otras, expresiones de ésta. El entrenamiento sin descanso educa la sensibilidad al punto de volverla perfecta. Volviendo a revisar el concepto del “kata” propio de ciertas artes marciales, Ikujiro Nonaka (Cfr. “Knowledge Management . Society of Japan”, febrero 2002) habla de “creative routines” para designar y recomendar dichas prácticas. Este estado de perfección, que para una mente occidental resulta imposible de alcanzar, se manifiesta, por tanto en Japón, en el status de tesoro viviente, de ser humano que en vida alcanza la perfección de un arte. Un artesano cuyo trabajo con la laca sea perfecto puede ser declarado tesoro viviente por el emperador. En la cultura japonesa, la perfección puede ser de este mundo, aquí y ahora. Ésta no se sitúa en una trascendencia, en un exceso o en una hipotética vida más allá de la muerte, tipo de pensamiento que se encuentra particularmente fijado en el budismo zen. Ella se logra cuando la voluntad del individuo deja de ser un obstáculo para el trabajo de la naturaleza, cuando ninguna viscosidad personal se interpone y disminuye la armonía natural. El maestro Ueshiba, creador del aikido, enseñaba a sus discípulos que aquel que se opusiera a él, se estaría oponiendo a la naturaleza misma. ¿Pero cómo oponerse a las leyes de la naturaleza? El maestro de kyudo Awaza, con quien Eugen Herrigel (Cfr. “Le zen dans l’art chevaleresque du tir à l’arc”, Eugen
Herrigel).se iniciaría en el tiro al arco, declararía que no era él quien armaba el arco y ajustaba la flecha que alcanzaba el corazón del blanco. Algo tiraba a través de él. La flecha estaba literalmente atraída por el blanco, ya que ella formaba uno sólo con este mucho antes que el tiro saliera. El gesto justo se manifestaba por sí mismo en la pureza de una transparencia del arquero con las condiciones del contexto. Un gesto natural y necesario sin que voluntad personal alguna se interpusiera. Esta representación filosófica de la acción se aplica a la empresa japonesa que se esfuerza por aprehender lo antes posible las condiciones de los mercados con el fin de adaptarse y conformarse en ellos.

 

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