Lunes, 13 de Mayo de 2013
Entre el curso de la sociedad y el curso natural del mundo

Después del terremoto, libro de relatos de Haruki Murakami, de reciente edición en la Argentina (Tusquets), que, de fondo, muestra el terremoto de Kobe, en 1995.

Hay objetos simples, como cartas, cuadros y artículos de consumo; autos Honda, Ford y televisores. Hay hoteles de lujo y más simples. Historias de ovnis, charlas de café. Hay pan tostado, cervezas, u almuerzos y cenas sencillos. 
Hay encargos, resacas, gente que desaparece sin motivo y gente que va tras su búsqueda, que viaja, que hace fuegos en la playa o que maneja y hace de guía turístico.

Hay escritores: Jack London, Joseph Conrad, Fiodor Dostoievski. Triángulos amorosos. Están Pearl Jam, The Beach Boys; hay jazz y opera. Hay personajes vacíos, ausentes y presentes. Hay fantasías, realidades, pensamientos. Sueños y pesadillas.
Ranas que hablan y luchan por salvar una ciudad, osos que cuentan plata, y una lombriz que causa terremotos.
Hay lugares: Tokio, Hokkaido, Ibaraki, Tailandia, Detroit, Kobe.
Un mes, febrero, de un año, 1995. 
Todas son marcas comunes de relatos de Haruki Murakami, pero refieren, específicamente, a un libro: Después del Terremoto (Tusquets, Argentina, marzo de 2013), que toma lo ocurrido en Kobe, en 1995.
El hecho histórico, conocido como el Gran Terremoto de Hanshin, como se le llama a la zona afectada, sucedió el 17 de enero de ese año y se dice que murieron cerca de 5000 personas. (1995, pero en marzo, fue el ataque con gas sarín en el subte de Tokio, a cargo de Aum Shinrikyō -Verdad Suprema-, una secta encabezada por Shōkō Asahara, reflejado en Underground, un libro sin traducción, aún, al castellano.)
Todos estos datos históricos forman parte de la ficción de Murakami, quien -quizá anecdóticamente- regresó a su país en 1995 luego de haber estado, desde 1986, en Europa y Estados Unidos. Kobe, además, fue la ciudad en donde se crió el escritor japonés.
Después del terremoto está conformado por seis relatos, con personajes que llegan a un quiebre personal, particular, y con el temblor de fondo, en las noticias, en las charlas, sin que llegue a ser una epifanía, pero que, como los objetos, los autos, almuerzos, cenas, resacas, los escritores, las bandas, los sueños y las pesadillas, es algo que los rodea, que está.
Con todo aquello, los personajes son héroes errantes que se sienten vacíos, pero que, paradójicamente, es lo que los moviliza en sus distintos periplos. No debería ser extraño. 
“Nosotros estamos firmemente convencidos de que, bajo nuestros pies, la tierra es algo consistente, sólido, inamovible. Existe incluso la expresión: Tocar de pies en el suelo. Sin embargo, un día, de repente nos damos cuenta de que no es así. La tierra y las rocas, que se suponían sólidas, se reblandecen”, dice Nimit, uno de los personajes del relato Tailandia. 
Hace poco menos de dos años, cuando Murakami fue premiado en Barcelona con el Premio Internacional de Cataluña 2011, en su discurso, refiriéndose al terremoto y tsunami del 2011, dijo: “La gente sigue yendo al trabajo en trenes llenos hasta los topes y trabajando en rascacielos altísimos. No tengo noticia de que la población de Tokio haya disminuido después del último terremoto. ¿Cómo puede ser esto?, se preguntarán. ¿Cómo puede ser que tantas personas vivan como si nada en un lugar tan espantoso? ¿Cómo puede ser que el miedo no les vuelva locos?
“En japonés tenemos una palabra, mujô, que sirve para designar el hecho de que no hay nada que sea permanente, que no hay ningún estado que dure para siempre. Todas las cosas que existen en este mundo acaban extinguiéndose, todo cambia constantemente. No hay ningún equilibrio eterno, no hay nada suficiente inmutable para que se pueda confiar para siempre.
“Esta es una manera de ver el mundo que proviene del budismo, si bien en un contexto un poco diferente de lo religioso la idea de mujô está fuertemente arraigada en la psicología de los japoneses, que lo hemos heredado casi intacta desde la antigüedad como una parte de la nuestra mentalidad como pueblo.
“Se podría decir que esta idea de que "todo pasa" implica una especie de resignación ante el mundo, la aceptación que al final el hombre no saca nada de oponerse al curso de la naturaleza. Sin embargo, los japoneses hemos sabido encontrar una forma de belleza dentro de esta resignación”.