Puesta de danza contemporánea dirigida por la coreógrafa Teresa Duggan, y con la intervención musical de Mukaito Taiko.
Las casualidades quisieron que asistiera en octubre. Es el mes en donde se recuerda el encuentro entre Europa y un continente que, antes de 1492, no aparecía en sus mapas. Este encuentro fue violento y no es necesario aclarar qué sucedió después. La historia de la humanidad está repleta de estos encuentros con el “otro”. Marco Polo como Yuan Zuzhi eligieron otra manera de celebrar este acto de “cruzar un puente” sobre océanos. Además del encuentro entre dos culturas, la obra “El puente de la mariposa” invita a sumergirse en otros mundos. Ya desde el título de la obra, la autora propone un juego donde se combinan “puente” y “mariposa”. De esa unión surgen otras palabras que se van desplegando: vida, fragilidad, orillas, aire, agua, mutación, río, encuentro, vuelo, viaje.
La sala desborda de personas que estudian danza o están relacionadas con el lenguaje de la danza, en definitiva, son personas que entienden qué es lo que van a presenciar. Hacen comentarios sobre otras obras y sobre la importancia de Teresa Duggan en el arte. Yo no sé nada, me ubico en la butaca, expectante, algo nervioso, en este mundo, desconocido para mí. De pronto, todos hacen silencio, comienza a sonar un instrumento cuyo sonido me es familiar y tal vez por eso vuelve la calma: un Koto. Unas butacas más adelante está sentado un gigante que, desde la ubicación que me ha tocado, llega a ocultar el borde del escenario. Desde ese sitio comienza a moverse, como si hubiera nacido de una idea, una mujer. Ella lleva algo en su espalda que por un instante me parecen ramas, pero después de descubrir su sombra proyectada sobre el fondo de la sala sí puedo comprender: son alas. Así comienza el viaje, con una transformación de alguien que camina por un ser que puede volar. Los bailarines transitan fronteras con sus cuerpos: se elevan, se posan -no caen-, se contraen, renacen. Ejecutan movimientos fuertes que requieren de mucha disciplina, mucho trabajo corporal, mucha preparación. Cada cuerpo “habla”, realiza una escritura en el aire y en el espacio, un trazo que flota por un breve instante en la sala y luego desaparece pero deja una huella en el espectador. Además del talento de cada intérprete -músicos, bailarines-, es importante destacar que componen un Todo a través de Teresa Duggan, la autora de la obra. Ella dirige a cada uno de ellos con virtuosidad logrando un universo bello y arriesgado. Arriesgado por la complejidad de algunas coreografías, las cuales requieren de mucha precisión y coordinación además transmitir belleza en cada movimiento. La autora da a los intérpretes objetos tan simples como cuerdas elásticas, cañas de bambú para hablar sobre las mariposas: estos seres que en el comienzo de su vida se llaman orugas y comparten con nosotros la tierra para luego transformarse en seres del aire. Claro que hablar de mariposas puede ser una excusa: a través de ellas, Teresa Duggan nos invita a contemplar los misterios de la vida. La puesta escénica, el vestuario y la iluminación son otros puntos destacables, constituyen un espacio capaz de generar atmósferas y de estimular a los espectadores sin quitarle protagonismo a los intérpretes. La música en vivo -ejecutada por las señoritas Narda Gómez Gutierrez y Natalia Yagi, integrantes de la agrupación Mukaito Taiko-, es, también, otro elemento importante en la obra. Como espectadores, además de la experiencia auditiva que nos llega a través de la música, percibimos la vibración de los instrumentos de percusión japoneses en nuestros cuerpos, por lo que también se podría decir que en la obra existe una experiencia sensorial táctil. Entre los espectadores también había niños. Mientras esperábamos a que abrieran las puertas para ingresar a la sala, éstos corrían y gritaban con la energía y la expresividad de alguien de esas edades. Hasta un momento antes de que comenzara la obra siguieron así. Lo curioso es que, tan pronto como sonó la primera nota del koto, guardaron silencio y así continuaron durante todo el desarrollo hasta el final. ¿”El puente de la mariposa” les habla a ellos también? La autora nos invita a recorrer su obra y lo hace casi como un susurro, como el sonido del roce de las alas de la mariposa con el aire, con vitalidad y fortaleza, pero sin imponernos nada. Como una oruga, la obra se transforma en cada uno de los espectadores. Es probable que esa transformación también sorprenda a sus intérpretes pero sobre todo a su creadora, en cada una de las distintas funciones. Todo se transforma, por eso, las palabras de este artículo que ustedes leen, pronto se convertirán en olvido y está bien que sea así. A excepción, claro, de este Haiku que, probablemente, Teresa Duggan, sepa de memoria:
Cae el pétalo de la flor Y de nuevo sube a la rama Oh, es una mariposa
Moritake
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