Entrevista a Carlos Yushimito, considerado como uno de los escritores menores de 35 más importante de Latinoamérica, estuvo en Buenos Aires, invitado por el Ministerio de Cultura porteño y, además, presentando su libro de cuentos.
Lecciones para un niño que llega tarde es el título del libro que reúne los cuentos de Carlos Yushimito, nacido en Lima, Perú (1977), pero “un niño” que llega tarde, también, parece ser este escritor actualmente radicado en los Estados Unidos, en donde realiza un doctorado en Estudios Hispánicos. Unos minutos de retraso (apenas 13) para esta entrevista quizá sean una exageración, más aún si es a poco más de una horas antes de tomarse el taxi que lo llevará a Ezeiza para abordar el avión y partir de la Argentina, en donde estuvo entre el 26 de marzo y el 2 de abril, invitado por el Ministerio de Cultura porteño para participar de La ciudad contada, Buenos Aires en la mirada de la nueva narrativa hispanoamericana, evento que reunió a 12 escritores latinoamericanos jóvenes.
Pero si “la Literatura tiene su propio espacio temporal”, como dice Yushimito, por qué no el escritor, al cual él mismo define como un “demiurgo”, un creador que te muestra “una realidad que no ves”. “La función de la Literatura -opina- es renovar la realidad, mostrándote una experiencia novedosa de lo real, que no necesariamente está en la fantasía como género. Es decir, el realismo literario es algo distinto, es como la experiencia del lenguaje mismo, una esencia particular e independiente. Puedes escribir «estoy en mi habitación y veo la luz de la ventana», y es una percepción normal, pero a través de la Literatura podrías decir «y la luz de la ventana entró y…». Naturalizas, de algún modo. La naturaleza puede adquirir conciencia, como convertirse en una entidad, humanizarse, y de ahí proviene la capacidad del escritor de jugar con eso. Es como una experiencia ilusoria; el ilusionista está dándote la impresión de que todo es nuevo y la Literatura tiene su propio espacio temporal. El “espacio tiempo” de la Literatura es distinto, porque te metes en una novela o en un cuento y estás viviendo ahí, metido, y sales de él y parece que hubieras vivido otra vida. Muy parecido a algo que dice (Julio) Cortázar en El Perseguidor. Pero yo estoy viajando en el tren o el subterráneo y me doy cuenta de que, de una estación a otra, son tres minutos, pero yo, en mi cabeza, estoy viviendo como media hora. Es muy lindo si lo piensas desde la experiencia de la lectura. Lecciones para un niño que llega tarde recopila, para decirlo de alguna manera, otro libro de cuentos suyo, Las islas, publicado en el 2006, en el que sus personajes se ubican en favelas brasileñas, lugares que, como ha dicho en otras entrevistas, no ha visitado. -Tomaste una ciudad para reinventarla, de alguna manera... -Pues sí, es exactamente eso. Tenía la intención de representar los barrios periféricos de Lima, que son, pues, “villas” o “villas miserias”. La migración está clara en el caso peruano, porque es una migración de las provincias, es una migración interna. La oligarquía tradicional peruana se plantó en Lima. Desde los años 50, en Perú se vivió la experiencia de la migración del campo a la ciudad, y Lima se fue expandiendo en los márgenes. Actualmente, ves todavía una Lima histórica y luego los barrios más modernos y, luego, anexos, ciudades satélites, construidos desde la precariedad, espacios que fueron creciendo desde los 50 a los 90 de manera descontrolada. Muchos de esos espacios tienen violencia urbana, empobrecimiento de la vida de la gente. Mi idea era hacer una representación de ese lugar, del modo de vivir de la gente, hablar un poco de la violencia, pero también de la dignidad de la gente que está tratando de construir su ciudadanía. Pero a mí me asustaba y preocupaba un poco que los referentes inmediatos distrajeran al lector y que esa experiencia de inmediatez y proximidad le restaran verosimilitud a las historias. -¿Referentes inmediatos? -Los noticieros. La gente está acostumbrada a escuchar historias de violencia y precariedad. Es la “normalización” de una experiencia que hace que pases de largo. Lo cotidiano se hace invisible, básicamente. Pasas al lado de un señor que pide limosna y ya no lo terminas viendo. Entonces, lo que hice específicamente con el libro del 2006, Las islas, fue ubicarlos en favelas de Brasil. -Tu Brasil es como oscuro, y hay lluvia. Uno imagina un Brasil más festivo… -Mi Brasil es bastante oscuro y violento. A mí, el Brasil festivo no me interesa, porque tampoco es el Brasil real. Es una excusa, y la oscuridad y el gris de la ciudad, para mí, hablan más de Latinoamérica que de un lugar específico. Para mí, Latinoamérica, que he ido conociendo un poquito, está más llena de oscuridad. Quizá debiera decir el Perú está más lleno de oscuridad. Bueno, esto es así, un estereotipo de la Literatura peruana. Si leés a Julio Ramón Rivero, te das cuenta de que la ciudad es una prolongación del sentimiento pesimista, oscuro, de los personajes que narran las historias. Los lugares que yo represento en mis historias son prolongaciones de estados de ánimo, son cuentos de atmósferas. Yo no construyo las historias atendiendo el argumento. Yo trabajo con las atmósferas. Así que esa representación oscura tiene más que ver con el espíritu de los personajes que miran, muy pesimistas, fatalistas. Yo estoy interesado en representar no lo luminoso o lo optimista, quizá lo haga en un futuro, pero ahora estoy concentrado en la oscuridad de los tipos humanos. -En Internet se puede leer "El mago"... -"El mago" es el último cuento de Las islas. -El tema de las lluvia abre y cierra el cuento. Hablás de la lluvia que se siente por el tacto, pero, más que nada, por su sonido... -El cuento, a mí, me lo sugirió el epígrafe, que es de uno de mis autores favoritos_ Guimarães Rosa. Dice_ “Cuando nada sucede, hay un milagro que no estamos viendo”. Y es lo que mencionábamos_ cómo lo cotidiano “invisibiliza” lo que te rodea. Entonces, lo que me sugirió esa frase está en un cuento muy bello que se llama "El espejo". Fue una reflexión sobre lo sensorial, un cuento que gira en torno a los sentidos, por eso no es un cuento fantástico. En Perú me lo han reunido en ciertas colecciones de literatura fantástica, pero, para mí, no es realmente un cuento fantástico, es un cuento sobre los sentidos y, en tal sentido, es muy realista. Lo que hace el cuento es poner en cuestión la percepción de la lluvia, que se conecta con el final, porque atraviesa la experiencia de la magia y del mago, como una especie de demiurgo que muestra la realidad del mundo, es decir, que quita la capa de lo cotidiano. En algún momento menciona el reloj_ estás en tu habitación y sólo basta un segundo, que prestes atención a lo que ocurre alrededor de tí, y escuches el tic tac. Sabes que ha estado ahí todo el tiempo, pero existe en el momento en que lo percibes. -Parece paradójico que un mago, un ilusionista, muestre lo “real” del mundo, y entre el escritor, o el escribir, y la magia, puede haber un paralelo… -De hecho, la idea de lo sensorial es redescubierta, creo… El mago iba al final del primer libro. Es un cuento netamente realista y cierra con eso, porque, entonces, yo creía que el mago podía ser un “cuento poético”, un cuento que explicara lo que yo pienso sobre la escritura, que se centra en la frase de Guimarães. Lo cotidiano esta ahí y, de pronto, alguien te muestra algo y tú ves la realidad de otra manera, muy “cortazariano”, ahora que lo pienso. Pero sí, yo creo que la figura del mago es la del demiurgo escritor. -Los dos libros tuyos, ¿tienen una temática común? -Las islas tiene unidad geográfica_ todo pasa en el Brasil. La segunda colección, no. Ocurre en lugares dispersos, algunos imaginarios. Pero lo que yo quería hacer era explorar los cuentos populares. Un cuento gira sobre la experiencia de la infancia, relaciones filiales y el título lo traje de El flautista de Hamelin, en donde hay un niño cojo que llega tarde. Todos van y él es el que está sometido al recuerdo. Muy doloroso. De ahí viene el título que vuelve sobre el tema de cuestionar la realidad a partir de las posibilidades de lo ficticio. Pero quizá es más complejo que eso, porque yo cuestiono la idea de la utopía de los cuentos populares como espacios felices, porque los niños que van contando las experiencias o los adultos que rememoran la infancia siempre tienen como otra visión, sobre todo miradas muy crueles, perversas, de lo que experimentan. Desestabilizan un poco la utopía del lugar seguro, del recuerdo de la infancia. Contando algo que es aparentemente normal, pero que detrás tiene algo desestabilizador de la experiencia del niño. El cuento “Lecciones de un niño que llega tarde”, dentro del conjunto, narra la historia de la relación de un niño con una niña pianista sordomuda y que le enseña a torturar insectos; luego, "Oz" es un cuento que relata la historia de un robot que el inventor es nikkei. Se llama Harumi y sufre de Alzhaimer y es incapaz de repararlo, y el robot empieza a interpelarlo, porque se está oxidando. Y él mismo está pensando en la muerte, y ambos tienen un diálogo alrededor de la experiencia de la muerte. "Mr. Munch" es un cuento que dialoga con Alicia en el país de las maravillas. Es la historia de un vendedor de aspiradoras portátiles que tiene un gato en su casa y le empieza hablar, porque él desea mucho la vida de su amigo, quien se suicida. Hay una idea de volver a hacer cuentos de ideas insertas en la imaginación popular infantil para reelaborarlas un poco. Esa era la idea del segundo libro de cuentos. -Hay mucho juego de espejos, diálogo entre dos que podrían ser uno. La idea del doble... -Yo me doy cuenta de que no tengo la conciencia plena en el momento de escribir, pero cuando me releo veo las constantes. La idea de interpelar es una idea que se puede seguir, porque está el inventor con el lector, el hombre con el mago, el hijo y el padre, el hijo y el profesor... Siempre hay una idea de autoridad y un personaje, o un personaje muy cercano al narrador, o el narrador que cuestiona, que interpela. Además, es una reflexión sobre la identidad, la identidad como algo inestable, en transformación. Ahí entra el tema del doble, en los símbolos. Yo desarrollo mucho los símbolos en las historias, adjetivos que no parecen convivir a gusto. -Hay un poeta peruano, nikkei, muy conocido... -José Watanabe. Es un poeta extraordinario, más allá de su ascendencia. Debe ser uno de los mejores poetas peruanos que yo he leído; uno de los mejores poetas que he leído. Escribió Antígona (adaptación de la tragedia de Sófocles). Murió, lamentablemente, hace unos años. Es extraordinario, hay que leerlo. Otro escritor es Augusto Higa, que escribió en los sesenta. Publicó cuentos políticos. Está vinculado mucho a la izquierda, pero hace un par de años sacó una novela muy breve, excelente, que se llama La iluminación de Katsuo Nakamatsu. Muy buena. Ellos dos son fundamentales. -¿Cómo es tu relación con la comunidad nikkei de Perú? -Mi abuelo era japonés, pero yo he vivido el mestizaje muy fluidamente. Aunque tenemos la comunidad peruano-japonesa, mi abuelo, cuando llegó al Perú, no se incorporó a la comunidad. Mi abuela, su esposa, era peruana, criolla. Hemos vivido siempre más dispersos. Una de las novelas que estoy trabajando ahora tiene un personaje nikkei, un entomólogo que va en busca de una mariposa, y hay un juego simbólico alrededor de ella, sobre el tema de la identidad, pero me atrae dentro de un proceso de reflexión de la memoria histórica, en general. En Perú hubo un maltrato sistemático a la comunidad, deportaciones y saqueos en la época de la guerra. Mi abuelo casi es deportado hacia los campos de concentraciones de Texas. Sus bienes fueron expropiados, hubo una agresión marcada. Luego ha habido como un proceso de normalización. Felizmente, el Perú es un país muy mestizo y muy problemático y muy rico, al mismo tiempo, por su diversidad. La comunidad japonesa ha tenido como una incorporación ganada. Para mí, ser un nikkei no significa ser un militante. No creo que haga falta ahora, en el Perú. Pero sí creo que hace falta una revisitación de la historia, que es algo que se ignora, y me parece justo priorizar, pero no es parte de mi intención localizarme como un nikkei representativo. Cuando me veo representando como un escritor peruano-japonés, sí lo entiendo, pero no me obsesiona ni me enorgullece, particularmente. Además, Yushimito es un apellido que no es japonés. El apellido originario era Yoshimitsu, pero fue cambiado cuando mi abuelo llegó al país, como muchos otros. Pero sí que entiendo la curiosidad. Pero, además, ocurre algo que cuando uno tiene un apellido italiano nadie dice es “ítalo-peruano”. El apellido japonés desde fuera te localiza como un aspecto diferente. Es casi clavado que te van a localizar como a un otro. Eso complica mucho. Y me parece más interesante hacer reflexiones más profundas.
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