Martes, 03 de Abril de 2012
Nikkei y Dekasegui
Escrito por Celia Naomi Yokobori*   

A partir de mediados de abril del 2009, y durante seis meses, he tenido la posibilidad de realizar un entrenamiento y enriquecimiento profesional en la prefectura de Gunma, Japón, a través de una beca sobre “Asistencia psicológica a descendientes de japoneses residentes en Japón” promocionada por JICA (Agencia de Cooperación Internacional de Japón). Mi interés por postularme a esta beca se debió, principalmente, a la posibilidad de poder profundizar mis conocimientos en dos temáticas: una, la del “ser nikkei”; la otra, la del “ser dekasegui”.
¿Qué es un nikkei? Es un descendiente de japoneses. ¿Por qué existen los nikkei? Porque los japoneses que emigraron tuvieron hijos en otros países. ¿De qué se trata ser nikkei? Esta es una pregunta difícil de responder..., porque no sólo se trata de tener algo de sangre japonesa corriendo por las venas.
¿Qué es un dekasegui? El término “dekasegui” no tiene una traducción exacta al español; es la conjunción de dos palabras del japonés: Deru, salir (podría agregarse que en este caso específicose refiere a salir de su región de residencia), y Kasegu, ganar dinero (podría agregarse “a través de un trabajo”). Es una palabra que también refiere a un período temporal, no muy extenso. Es decir que un extranjero que tiene residencia permanente en Japón o que hace 10 años trabaja allí, ya no es un dekasegui.

Siendo yo misma nikkei, habiendo nacido en un país distinto al de mis ancestros, conviviendo con dos culturas y dos lenguas maternas, previo a viajar creí intuir qué dificultades y problemáticas podría encontrar en el área de mi entrenamiento en Japón. Sin embargo, al llegar allí me encontré con una realidad extensamente compleja, que desbordaba lo que había imaginado e hizo que me replanteara desde qué perspectiva observar dicha realidad, a qué discursos dirigir mi escucha e intervenir desde lo que a mi profesión respecta.
Antes de continuar ampliando sobre la realidad compleja a la que me refiero, es preciso ubicar  cómo viven muchos extranjeros en Japón.
La necesidad de mano de obra en sus industrias ha llevado, desde hace décadas, a que Japón abriera sus puertas a un número cada vez mayor de personas de países en desarrollo. Los sudamericanos (entre nikkei y no nikkei) residentes en Japón son alrededor de 400 mil (en su mayoría brasileros y peruanos), un número muy alto, considerando además que la suma total de inmigrantes registrados en Japón es de, aproximadamente, 2 millones. Principalmente, la tentación y las expectativas de un mejor futuro económico que en el propio país hicieron -y aún hacen- que un gran número de personas decidiera migrar a Japón, muchas de ellas sin demasiada información ni planificación a largo plazo. Muchos de los que arriban a Japón comienzan a trabajar, tienen poco contacto con los japoneses (no crean vínculos de amistad ni participan en eventos de su comuna) por desinterés, porque no manejan el idioma japonés o porque son o se sienten discriminados. Respecto al idioma, no son pocos los que no tienen interés en aprenderlo, porque, de todos modos, consiguen trabajo, pueden arreglarse con las necesidades básicas de la vida cotidiana; otros quisieran aprender, pero no cuentan con el tiempo o el dinero para pagar y tomar clases; luego, también están los que no cuentan con cursos que se dicten en zonas que les resulten accesibles. En lo que respecta a la situación laboral y fiscal, algunos trabajan en negro, otros no controlan si sus contratistas pagan los distintos aportes, o les solicitan a los mismos que, en vez de realizar los aportes correspondientes, prefieren cobrar ese dinero en mano porque, por ejemplo, no tienen previsto contar con los años requeridos para cobrar una jubilación, o porque es difícil que el trabajo falte y necesiten cobrar un seguro de desempleo. En esta línea de ahorro, existen también los que deciden prescindir de un seguro de salud (en Japón no existe la salud pública gratuita). Muchos esperan ahorrar una buena suma de dinero en el plazo más corto posible y regresar a su país, pero varios otros optan por intentar conseguir una residencia permanente y algunos de éstos se embarcan en créditos hipotecarios de altísimo costo y de cuotas interminables por el sueño del techo propio en Japón. También están los que todo lo gastan y no ahorran porque “mañana habrá más”.
Aquellos que tienen hijos se dividen entre los que deciden enviarlos a escuelas japonesas, los que optan por escuelas extranjeras (que tienen la currícula de su país de origen) y los que eligen no enviarlos a ninguna escuela, sobre todo en la edad cercana a ingresar al primario, porque piensan regresar pronto a su país y, allí, inscribirlos en una escuela. Muchos niños hablan sólo el idioma de los padres o sólo el japonés -casos en los cuales la comunicación con los padres es dificultosa-; los niños por completo bilingües son escasos.
En el momento en que yo arribé a Japón (abril del 2009), los estragos de la crisis económica mundial estaban en su punto máximo (como en cualquier parte del mundo). Miles de personas habían sido despedidas de sus puestos de trabajo, los sueños del futuro económico próspero se habían desmoronado, y dejó al descubierto muchas problemáticas que, hasta ese entonces, habían estado tapadas por las aguas del bienestar económico. He tenido la posibilidad  de entrevistar y conversar con varios extranjeros residentes en Japón, y la mayoría de ellos expresaron que al dejar su país, tuvieron que resignar muchas cosas por la supuesta seguridad económica. Para muchos, la razón de vivir en este país es el económico (algunos también por la seguridad social en lo que respecta a delitos callejeros). Sin embargo, de pronto la crisis económica hizo que los dekasegui dejaran ser “dekasegui” y perdieron la razón por la que sostenían su sentido de vivir en Japón.
Lo que hasta ese entonces eran problemáticas que, en general, los propios perjudicados desconocían, emergen ante ellos mismos como problemas apremiantes. Los que no podrán pagar su hipoteca, los que no cuentan con ahorros, los que no podrán cobrar un seguro de desempleo por falta de aportes,  los que deciden regresar a su país de origen y tienen hijos que no saben hablar más que el japonés, los que se ven en la necesidad de pasar a sus hijos a escuelas públicas japonesas (porque las escuelas extranjeras son más costas), pero que nunca han aprendido japonés.
Lo hasta aquí expuesto son los problemas que pude observar al arribar a Japón.
Respecto a la beca que realicé, quisiera puntualizar algunas cuestiones. Al menos en muchos países de Sudamérica, una persona consulta a un psicólogo por diversos motivos, la mayoría son consultas por situaciones de la vida cotidiana que generan cierto malestar o angustia. Existen los casos en los que es preciso realizar una interconsulta psiquiátrica y, en ocasiones, es preciso recurrir a una internación. Recibir a una madre que trae a su hijo porque en la escuela le han sugerido o recomendado realizar una consulta psicológica debido al comportamiento o el rendimiento del niño en la escuela, recibir la consulta de una persona que se encuentra atravesando una crisis matrimonial, por una orientación vocacional, o porque se siente angustiada, pero que no puede especificar por dónde surge esa sensación, son consultas habituales. La sociedad sudamericana está acostumbrada a que una persona  “vaya al psicólogo” y no es algo que resulte llamativo, ni es una situación a ocultar para el grueso de la sociedad. En Japón ocurre algo distinto. Realizar una consulta a un psicólogo es motivo de vergüenza, existen muchos prejuicios al respecto, y suele ser una decisión frente a una situación extrema. Por ejemplo, una persona que padece de depresión realiza un intento de suicidio y recién allí se recurre a un profesional de la salud. Hablar de los problemas o de la angustia que generan las situaciones de la vida cotidiana, incluso entre amigos, es algo no muy común entre los japoneses. Así, también, el campo que abarca la psicología no es muy clara para un ciudadano común. Hay muchos japoneses que no diferencian la función del psicólogo de la del psiquiatra, del psicopedagogo o del fonoaudiólogo.
Existe un fenómeno muy común en Japón, sobre todo en las escuelas, que se trata de un acoso llamado “Ijime” (proviene del verbo Ijimeru: agredir) que consiste en el hostigamiento y agresión verbal y, en ocasiones, físico que ejerce, en general, un grupo hacia un único individuo. Es un mal social muy grave en Japón que tiene como consecuencia que un gran número de niños y jóvenes que han padecido de Ijime abandonen la escuela o, peor aún, que decidan optar por el suicidio. En Japón, he recibido la consulta de una adolescente, hija de nikkei, que había padecido de “Ijime” desde la escuela primaria. La medida tomada por la escuela fue sacar a esta joven del curso y tomar las clases en un aula “especial” que compartía con alumnos que habían atravesado por situaciones similares a las de ella. Las agresiones que esta joven recibía siempre se basaron en que sus padres eran extranjeros, que no sabían hablar japonés, que deberían regresar a su país, etcétera.
La situación de Ijime, en este caso, se basó en la discriminación por nacionalidad, sin embargo, el Ijime lo puede padecer también cualquier japonés. La consulta de esta joven, junto con otras consultas, me llevó a preguntarme qué había de singular, qué diferenciaba las consultas que comencé a recibir, de que cualquier otra consulta de un no-nikkei o de un japonés.
La discriminación es un acto que cualquier ser humano practica. Generalmente se cree que la discriminación es un acto rechazable, sin embargo, es fundamental poder diferenciar lo que es una discriminación positiva de una negativa. La primera, se basa en realizar una diferenciación de determinadas características y circunstancias, pero que no conlleva a perjudicar a aquello que es diferente. Por el contrario, se denomina discriminación negativa cuando existe un prejuicio (basado en el desconocimiento y la ignorancia) que perjudica a aquello que es diferente. Muchos japoneses que inmigraron hace ya más de un siglo a Latinoamérica se han sentido y han sido discriminados negativamente por su diferencia racial, de idioma, costumbres, lo cual los ha llevado en muchos casos a aislarse y a afianzar ese núcleo, demarcando el adentro y el afuera. Los primeros descendientes de japoneses en Latinoamérica han sido criados, en su mayoría, dentro de este contexto, pero teniendo más interacción con el mundo exterior al núcleo, concurriendo a escuelas del país de residencia (su país natal), aprendiendo el castellano o portugués, pero sintiéndose un poco extranjeros dentro de su propio país. Pero este “sentirse extranjero” está ligado no sólo a la discriminación que pueda existir por parte de los compatriotas no-nikkei, sino también por una discriminación negativa que sus padres y ellos mismos han realizado respecto a los no-nikkei. Un descendiente de japonés, si no la ha vivido, sabe de la historia de algún conocido/a nikkei que ha querido formar una pareja con un no-nikkei y ha sido rechazado por la familia ¿por amenzar la integridad del núcleo? Este cuestionamiento no va en la línea de señalar culpables, víctimas o victimarios, sino en poder pensar qué responsabilidad nos cabe a cada uno a lo largo de la historia como para que, un siglo después de la primera inmigración japonesa a Latinoamérica, existan nikkeis en Japón que se nuclean como “comunidad extranjera”, que se resisten a interactuar con los japoneses, sintiéndose discriminados... en la misma medida en que ellos discriminan. Sentirse y asumirse como víctima de las situaciones y circunstancias es un obstáculo a la hora de continuar avanzando, porque ser víctima da lugar a la queja, al reclamo, a la pasividad respecto a la búsqueda de soluciones.
La mayoría de las consultas que he atendido estando en Japón eran por problemáticas de la vida cotidiana, problemas de pareja, familia, sentimiento de angustia o ansiedad por diversas circunstancias, independientemente de que se trataran de nikkei o no y de la parte del mundo en el que se encontraran. En el pedido de consulta no aparece “el ser nikkei” o “el ser dekasegui” como un tema a tratar, pero es una conflictiva que he observado que existe como un malestar que no puede ser puesto en palabras, que yace latente por debajo de la conciencia. Y es lo crucial, lo distintivo en lo que a asistencia psicológica a nikkei residentes en Japón respecta, un malestar que es efecto de la complejidad de la situación del nikkei y del dekasegui. Y para comprender esta complejidad es necesario hablar de historia y de actores -individuos, instituciones y sociedad.
Al pensar en las circunstancias en las que viven muchos de los extranjeros nikkei en Japón, uno podría preguntarse “¿por qué no aprenden japonés?”, “¿por qué no pagan sus aportes?”, “¿por qué no se integran a la sociedad japonesa en la que están inmersos?”, “¿por qué no planificaron mejor su viaje?”, etcétera, etcétera. Pero las respuestas a estas preguntas no deberían ser pensadas sólo por ellos, sino por todos los nikkei (dekasegui y no dekasegui) y por Japón (tanto gobierno como ciudadanos).
Personas que se trasladan a tierras de idioma y cultura diferente a la propia en busca de una mejora económica y social, es una situación que existe desde hace más de 100 años. Las dificultades que han pasado los primeros japoneses en tierras latinoamericanas, sin comprender el idioma, no encontrando nada familiar a Japón, es una historia que, en mayor o menor detalle, conocemos los descendientes. Ahora bien, ¿qué se ha hecho con saber de esas dificultades como para que más de un siglo después de la primera inmigración japonesa a Latinoamérica, los nikkei residentes en Japón repitan la misma situación que sus antepasados? Con “situación repetida” me refiero al aislarse, poner una barrera a la sociedad a la que temporal o permanentemente pertencen por sentirse extranjeros desde el padecimiento, por sentirse discriminados. Y en este punto es interesante pensar en el concepto de “identidad”. A grosso modo, la identidad es el conjunto de valores, creencias, modos de comporatmiento, etcétera, que hacen al sentido de pertenencia a determinado grupo, como, por ejemplo, nacionalidad, género, edad, raza, religión…; pero la identidad no sólo refiere a lo social, sino también a lo individual, que hace a la autopercepción, la autoestima, el sentido de sí mismo.
Los primeros  japoneses que emigraron a otras países, mayormente se han nucleado en colonias, han trabajado arduamente para poder tener lo que en Japón difícilmente hubiesen conseguido, tuvieron  hijos a los que transmitieron su lengua y cultura, quizás con la idea de regresar algún día a la tierra natal. El nuclearse en colonias ha permitido a los japoneses inmigrantes poder transitar el desarraigo de una manera quizás no menos dolorosa, pero pudiendo apaciguar, en alguna medida, el impacto de vivir en una sociedad con costumbres distintas a la suyas. Sin embargo, el conservarse en núcleo ha tenido algunas consecuencias, como el sentirse por fuera de la sociedad a la que comenzaron a pertenecer.
¿Por qué el ser nikkei o dekasegui se convierte en algo que genera malestar? Considero que se debe al hecho de que muchos construyen su identidad, su razón de ser, a partir de estas dos circunstancias. El ser nikkei o dekasegui puede formar parte de la identidad, pero no debería ser una identidad en sí misma, sino una circunstancia que contribuye a la misma. Se cree que el ser nikkei es algo ambiguo, ni latinoamericano, ni japonés. Muchos nikkei viven en Latinoamérica sintíendose más japoneses que latinoamericanos y, cuando llegan a Japón, se sienten más latinoamericanos que japoneses, y esto genera una conflictiva, porque hay algo de la autopercepción que el entorno no percibe, entonces surge la pregunta de quién es uno.
Porqué no poder pensar en que el hecho de ser descendiente de japoneses es una circunstancia que puede sumar en aspectos positivos, porqué, en vez de pensar que un nikkei no es “ni una cosa ni la otra” no se piensa en que tiene un poco de las dos cosas. Conocer y saber amplía el rango de acción, un nikkei que encuentra un equilibrio entre la cultura de sus ancestros y la de su país natal tiene mayor plasticidad, puede adaptarse mejor a los cambios de cultura, costumbres, idioma, y ese poder adaptarse está en relación con el poder hacer una discriminación positiva, poder diferenciar, para tomar aquello que suma a su bienestar y poder analizar aquello que resta y saber qué hacer con ello en vez de, simplemente, rechazarlo. Pero para que ese equilibrio entre “las dos partes” (como si acaso fuera delimitable) de un nikkei sea posible, es necesario conocer la propia historia, no sólo la individual, sino la familiar y social. Poder conocer cómo los hechos se conectan hasta el presente, poder reconocer cuáles fueron los errores que se cometieron, no para acusar, sino para intentar no volver a repetirlos. Y en esta línea de pensamiento, considero que es necesario pensar en conjunto, por eso me refiero a los distintos actores. Porque no sólo se trata de ver qué conflictiva hay a nivel de lo individual, sino qué pasa con las instituciones y la sociedad.
En el caso de Japón, muchos japoneses no saben por qué hay un gran número de extranjeros trabajando en sus fábricas, no comprenden a qué se hace referencia cuando se habla de “nikkei”, tienen miedo del extranjero, etcétera. Pero esta ignorancia debería ser considerada por el gobierno japonés, que es el que hace aproximadamente dos décadas ha hecho que por falta de mano de obra, los descendientes de japoneses puedan ser empleados en sus industrias y, por lo tanto, formar parte de la sociedad japonesa.
Por lo demás, es necesario fomentar la inclusión y el intercambio entre extranjeros (nikkei y no-nikkei) y japoneses, derrivando las barreras del prejuicio, para que puedan comprender mejor cómo es la cultura de cada uno, poder comprender desde dónde actúa el otro y “darse cuenta” de que son diferentes pero que eso no resta respeto.
En lo que respecta a asistencia psicológica, es necesario contar con un número mayor de profesionales que puedan prestar su escucha para que los nikkei puedan expresarse en su propio idioma. Pero, a su vez, es necesario pensar en cómo hacer para que determinadas problemáticas dejen de generar problemas y que errores de tiempos pasados dejen de actualizarse. Para esto, es preciso abordar multidisciplinariamente, colaborar desde distintas profesiones y actores, la problemática del nikkei y del dekasegui para que sean una circunstancia y ya no una problemática.


* Lic. en Psicología (UBA)
M.N. 42.462