Nacido en Okinawa, recorrió todo Japón y el continente americano a bordo de una moto Honda. Su idea era ir a Brasil, país que, hasta ahora, no ha pisado, ya que hace más de 40 años que vive en la ciudad más austral del mundo.
Ushuaia, una ciudad alargada, pero estrechada, con unos 25 kilómetros de largo por 4 de ancho, bordeada por un cordón montañoso y una bahía provista de un mar helado: las aguas provenientes del canal Beagle, donde se comunican el Pacífico y Atlántico. A mil kilómetros de la Antártida, la ciudad carece de una plaza principal que reúna gobernación, ayuntamiento e iglesia en un mismo paisaje; tampoco posee terminal de ómnibus, porque la única forma aconsejable de llegar desde el continente es por avión. Así, inaccesible, y provista de un clima hostil, se escucha decir que en “en Ushuaia viven los que realmente aman la Patagonia”. O, mejor, los aventureros.
Tras un pequeño almacén de la calle 25 de Mayo Nº477 (casi esquina Magallanes), una habitación revestida de madera que combina un televisor anclado en NatGeo (el canal latinoamericano de Nacional Geographic) y una música folclórica japonesa de flautas y cuerdas. “Esta música es sedante”, dice el señor Moriaki, quien recorrió el continente americano en una moto Honda y llegó, hace más de 40 años, sin saber bien por qué, a la ciudad más austral del mundo. El señor Moriaki es jovial. Mientras se desarrolla la charla, intermitentemente se sube a una bicicleta fija para ejercitarse, toma vino patero y atiende sonriente a los clientes de su despensa. Tras el fallecimiento del señor Tamashiro, él ha quedado como el único japonés residente en Ushuaia. Llegó en 1969, pero dice que fue hace “poquito”. Ofrece “ochá”, “cafecito” y “vino patero”. Hace memoria, mientras pedalea con los brazos recostados en el apoyo brazos. “Recorrimos todo Japón en motocicleta Honda. En Hokkaido, dos veces, después de 15 días en barco, llegamos a donde está Arnold (por el gobernador Schwarzenegger); luego, Las Vegas, la tierra de los mejores casinos del mundo; México con su Tequila y Mariachis. Bajamos en moto por la costa del Pacífico, pensando que nuestro objetivo último era Brasil. Fuimos por Panamá, Colombia, Perú, Chile, donde me quedé ocho meses, pero de alguna manera terminé en Ushuaia”. Dice que la gente le pregunta por qué Ushuaia y no Brasil. “Para mi fue el destino. Dios creó el Universo, para lo bueno y malo hay una causa, cada cosa tiene su motivo. Algún motivo habré tenido, a veces la gente no sabe y duda de por qué está acá o por qué está allá. Cuando salí de Japón, mi destino era Brasil, pero nunca pisé Brasil, me vine a Ushuaia. La vida es construir, mirar para adelante”. -¿Por qué quiso recorrer Japón y Latinoamerica? Yo estudiaba en la escuela sobre Brasil, en un club de imin (inmigración). Nuestro maestro siempre nos decía que nacer y morir en el mismo sitio era algo pobre, había que conocer el mundo. Pero antes de eso, primero había que conocer Japón. Si no conocíamos Japón, no podíamos salir del país. Necesitábamos algo para transmitir. En el 66 recorrimos de punta a punta Japón, conocimos todo. En el 67 recorrimos la costa oeste Estados Unidos y durante el 68 y 69 completamos América latina. No quería venir directamente, quería conocer a fondo, aprender, necesitaba saber toda clase de cosas. -¿Cómo manejó el problema del idioma? El problema nunca fue el idioma, si no la idiosincrasia. Se choca porque es otra cultura, otro razonamiento. Ahí surge el problema cultural. La diferencia son dos cosas: la mentira y el robo. Por eso el japonés no confía. La confianza es algo muy difícil en Latinoamérica. En los países desarrollados hay otra cultura, pero Latinoamérica no es para japoneses, porque en Japón, no mentir y no robar son valores sagrados. Por eso, un japonés no tiene futuro acá, no están preparados, no sobreviven. Paz, salud y felicidad, esa es la educación, eso es lo que hay que transmitir. Ver como vivieron los antepasados, para que hoy sea mejor que ayer, por eso se lucha y se educa. Pero acá (ríe), el que no miente o no roba no sobrevive. Hay que aprender de países con mejor calidad de vida, como Canadá y Suiza, pero eso no es gratuito, es el resultado de la educación, políticas a largo plazo, trabajos, programas determinados. Pero Latinoamérica es fútbol y carnaval. Hoy se pelea y mañana somos amigos.
Desde la década del 80 está en contacto con técnicos japoneses de Sanyo que en cada viaje a la isla le acercan las revistas japonesas que tanto atesora, y que ahora exhibe con mucho orgullo, y cuyas páginas devora y comunica a los visitantes. Porque Moriaki, a pesar de estar en “el fin del mundo”, esta al corriente de todo lo que sucede. Sobre la mesa, unos recortes del diario Clarín con el ranking de millonarios de la revista Forbes en 2009, que destacan la fortuna del señor Slim, el primer mexicano en ocupar el primer puesto del ranking. “Está mal escrito, el artículo de Clarín es muy incompleto, no cuenta cómo hizo la fortuna”, critica Moriaki, que lo sabe porque lo compara con una nota similar salida en el ejemplar japonés. “A mí me emocionan cosas como esas, ver las Olimpiadas y las carreras de fórmula uno, me emociona ver lo máximo que puede hacer la gente, a lo máximo que pueden llegar los seres humanos”. Con el globo terráqueo en mano no deja de mencionar los efectos del cambio climático, la injusticia de las guerras y recorrer cada uno de los presidentes argentinos con la memoria: “El futuro es de China, va a dominar el mundo”, concluye. “Nuestros abuelas invadieron Rusia, China, Asia. ¿Nosotros, qué haremos hoy? Eso es tarea pendiente”. El año pasado ascendió cinco veces el Monte Olivia, la cumbre más emblemática de Ushuaia, junto a un grupo de amigos y una bota de vino patero con la inscripción “Pamplona”. “Yo voy a la montaña seguido, me gusta el hielo de los témpanos. La naturaleza es igual en Groenlandia y en El Calafate”. -¿Cómo fue trabajar en Latinoamérica? Antes de comenzar el viaje, nosotros nos preparamos durante tres años. Pero nunca fue lo primero el dinero para nosotros, sino las ganas de vivir, la bendición de la vida. Nunca pensamos en la plata. Mi profesor era maestro de Judo y gerente de Banco, fundó una casa de juventud (Seinen no Uchi) donde nos reuníamos entre cuatro o dos veces al año. Era una zona montañosa y nos disciplinaba de forma militar, porque queríamos, éramos voluntarios. En aquel momento, Okinawa estaba gobernada por norteamericanos. Nuestra educación era japonesa, pero nuestra realidad era el dólar. Por eso, con un compañero viajamos por todo Japón en motos Honda. Todavía hoy tengo una Honda. En ese momento íbamos a universidades y partidos políticos hablando de la realidad de Okinawa, analizando lo positivo y negativo de la guerra, buscando comunicar para mejorar las cosas. Japón había querido expandirse por toda Asia, nosotros queríamos entender por qué estaban los norteamericanos, comprender los pactos, entender, sobre todo entender”.
Nunca volvió a Japón y dice que extrañar es natural, hasta los animales extrañan. Pero él no siente nostalgia del pasado, “sí para recordarlo un rato, pero no para perder el tiempo”, dice sonriente. “Yo tengo muchas cosas por hacer, quiero conocer la Antártida, quiero conocer el carnaval de Río: yo estoy en lo que me queda por hacer, no en el pasado”. Vio la guerra de Malvinas desde bastante cerca, con los puestos de chicos que salían para Malvinas desde el puerto de Ushuaia. Desde Buenos Aires llegaba la información, los comunicados de Galtieri, también le llegó La Plata Hochi hasta 1980, escuchaba la radio y la televisión, siempre le gustó estar informado, escuchar distintas fuentes y, sobre todo, aprender.
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