Jueves, 29 de Marzo de 2012
La lata que suena

El sanshin, fuertemente arraigado en el corazón del pueblo okinawense, a tal punto que sus melodías y ritmos han sonado en noches oscuras, durante la guerra. Vivencias de un issei radicado en la Argentina, testigo del nacimiento del Kankara sanshin.

Concluida la Guerra del Pacífico aparecieron sanshin ingeniosamente fabricados, sencillos, llamados “Kankara Sanshin”. Kankara es Hogen (dialecto de Okinawa) y una onomatopeya. En sentido amplio, significa chatarra, pero aquí se ha empleado para designar a la lata (la lengua de Okinawa se caracteriza por la existencia de muchas palabras onomatopeycas).
Varias versiones intentan explicar su origen, pero todas están relacionadas con la finalización de la guerra. Más aún, en la Argentina vive una persona que estuvo en el lugar en donde se gestó ese instrumento. Se trata de Choko Eiguchi, el conocido y talentoso maestro de sanshin de 84 años, expresidente de la filial Argentina de Nomura Ryu Ongaku Kyokai y asesor, y quien, como consecuencia de la guerra, vivió una adolescencia muy penosa.
Se sabe que durante la guerra, y ante el inminente desembarco de las fuerzas enemigas en las islas de Okinawa, el Comando General del Ejército Japonés promulgó un edicto por el que convocaba a todos los varones de entre 16 y 40 años para la defensa de la isla. Eiguchi, quien nació en 1928 en la diminuta isla de Higa, pueblo de Katsuren, tuvo que alistarse en el Ejército justo a sus 16.
Cuando se produjo el desembarco de la fuerza enemiga, fue destinado al regimiento denominado “Tama” e  instruido, tanto de día como de noche, durante un mes. Al principio, transportaba lanchas-torpedos construidas con maderas terciadas y que medían, aproximadamente, cinco metros de largo por metro y medio de ancho. Tenían instaladas dos motores de camión, uno en la parte delantera y otro en la trasera, y con explosivos en ambos lugares. Esas lanchas, que eran tripuladas, debían impactar buques de guerra norteamericanos que se acercaban a la bahía de Nakagusuku, pero por los cañonazos enemigos todas eran destruidas.
Eiguchi fue destinado al batallón de apoyo logístico. Mientras el grupo cumplía su tarea, debieron afrontar una lluvia torrencial, por lo que se refugiaron en una cueva, lugar en el que se quedó dormido. Cuando se dio cuenta, sus compañeros ya se habían marchado. Deambulando en una zona desconocida, fue detenido por un guardia del regimiento Akatsuki (el amanecer) e interrogado por un soldado japonés.
“Sos un espía de los americanos, sabés hablar el inglés. Si no confesás, te fusilo”, le dijo el guardia. En ese instante,  apareció del refugio una enfermera de origen okinawense, quien le suplicó al soldado que lo liberara. De esa forma, Eiguchi pudo salvar su vida.

Arroz rojizo
Los bombardeos americanos eran incesantes y todos los caminos fueron devastados. No podía utilizarse camiones, por lo que fueron los reclutas quienes debieron transportar pertrechos de la guerra.
Pronto, el regimiento de Eiguchi fue desarticulado, por lo que debieron retroceder hasta la zona de Haebaru. A partir de entonces, la tarea de su batallón fue la de trasportar alimentos. Un día, al destapar la tapa del pote en el que se cocía el arroz, él se dio cuenta de que no era blanco, sino que tenía un color rojizo. La comida se preparaba de noche, y le preguntó al encargado de la cocina por el color del arroz. “Como no había agua, la única forma de prepararlo fue trayendo el agua estancada en los pozos que dejan las bombas”, fue la respuesta. Al explorar la zona, se dio cuenta de que los pozos estaban rodeados de cadáveres.
En otra oportunidad, Eiguchi fue herido por una bomba en el lado izquierdo de la cara, el ojo y el pecho. Un compañero, oriundo de Nakagusuku, lo llevó al campamento asistencial. Tenía la cara hinchada y durante cuatro o cinco días no pudo  abrir la boca para comer. “Me alimentaba con agua de arroz, abriéndome la boca con los dedos”.
Los soldados heridos comenzaron a obtener licencias, y Eiguchi, con otro compañero, se trasladaron a Mabuni. De sus heridas comenzó brotar pus y salía un olor putrefacto. Buscando un lugar más seguro, los dos se mudaron a la zona de Gushikami y, desde allí, se oía que los americanos estaban persuadiendo a que se rindieran. Los dos se refugiaron en una cueva rocosa, compartiendo las gotas de agua que caían de las rocas.
El 26 de junio de1945, Eiguchi se despertó por los gritos de un soldado, nikkei americano, que estaba con otro, que portaba un arma automática. Instintivamente, la mano de Eiguchi iba a la granada que llevaba. Su compañero  impidió que la tomara, y dijo: “Vamos a salir, no nos importa lo que pase después”. Los dos se convirtieron en prisioneros. Fue un  momento en el que muchos okinawenses se inmolaban.
Ayudado por un soldado americano, Eigcuhi llegó a la cima de un peñasco y allí había gran cantidad de civiles y soldados japoneses capturados. Ellos, inmediatamente, recibieron cajas con  raciones de comida. “Fue maravilloso poder beber agua pura”, recuerda de aquel momento.
Fueron conducidos al campo de concentración de prisioneros de Yaka, construido en una zona arenosa y rellenada. Su  contorno estaba cerrado con alambres de púa. Todos los prisioneros eran desinfectados con DDT y luego les rezuraban el pelo.

Rumbo a Hawai
Los prisioneros de la batalla de Okinawa que se encontraban en Yaka fueron enviados a Hawai. Herido, de la oreja de Eiguchi brotaban gusanos y no podía ver por uno de sus ojos, pero en Hawai recibió asistencia médica y pudo reestablecer  su salud. Recuerda que la vida en el campamento era monótona. Se alimentaban y les sobraba tiempo. Algunos se entretenían jugando a las Damas, cuya tabla era de cartón. Hubo quienes practicaban el Sumo de su tierra, y cuando otros entonaban alguna canción haciendo sonar sus palmadas, siempre aparecía alguno que se ponía a bailar. Este era el entorno de los prisioneros.
Un compañero de apellido Chinen, oriundo de Shimajiri, fabricó un sanshin. El mástil lo hizo con una pieza de madera de un catre, el cual, por su espesor y tamaño, era bastante adecuado; el cuerpo (la caja) era de lata (kankara), y las cuerdas, al principio, eran de hilos extraídos de un mosquitero, pero como no sonaban bien, usó hilos extraídos de cables eléctricos.  Cuando comenzaba a sonar el sanshin, los prisioneros se agrupaban y comenzaban a cantar y a bailar.
“Yo también aprendí de Chinen a tocar el sanshin”, cuenta Eiguchi.
En agosto de 1945 se informó que los prisioneros menores de edad serían trasladados al continente americano y, allí,  recibirían educación. Los jóvenes, entre ellos Eiguchi, habían realizado un examen  médico y recibido vacunas. Sin embargo, cuando faltaban pocos días para embarcarse, llegó el 15 de agosto, día de la rendición incondicional del Japón.  La noticia fue tan impactante que todos los prisioneros comenzaron a llorar, desilusionados.

Canción de Yaka
En septiembre, de repente, se anunció que serían llevados nuevamente al campo de concentración de Yaka. Durante el viaje de retorno a Okinawa, por las noches, y hasta que se apagaran las luces, había una alegría. Se cantaba al son del  sanshin, ese mismo que había sido fabricado en Hawai con el palo del catre y los cables eléctricos.
El campo de concentración había sido remodelado. Se habían instalado nuevas carpas y su contorno, rodeado de alambres de púa. La vigilancia era extrema. Los prisioneros fueron distribuidos de acuerdo a su nacionalidad: los de origen  okinawense, los japoneses provenientes de otras prefecturas, y los de origen coreano. Los okinawenses tuvieron privilegios: fueron destinados para tareas más livianas y tenían más tiempo libre. Se formaban en grupo de 10 compañeros en cada carpa y dormían en el piso de arena, sobre unas frazadas.
En octubre, la isla fue azotada por un tifón y muchos buques de guerra estadounidenses que se hallaban cerca fueron arrastrados hasta la costa y ahí quedaron encallados. Otros se hundieron. Los aviones acuáticos que se encontraban en la bahía de Yaka, también fueron destruidos. La pérdida del material fue cuantioso. Muchos toldos del campamento también fueron destruidos. El tifón duró todo un día y los prisioneros se quedaron dentro de algunas carpas que aún se mantenían  sanas, y aferrándose de las mismas para que el viento no se las llevara. La lluvia no cesaba, y los del campamento se la pasaban todo el día sentado sobre las cajas. Fue entonces cuando alguien compuso espontáneamente una estrofa de “Ryuka” (poesía de Okinawa), que decia: “Nachikashiya Uchina. Ikusabani Notoi” (Cuán doloroso es, Okinawa se ha convertido en escenario de la Guerra”. Ese fragmento fue el que indujo a que otros siguieran añadiendo las sucesivas estrofas, lo cual, como resultado, dio lo que hoy se conoce como Yaka Bushi (canción de Yaka).
Esa canción fue compuesta el día del tifón, y Yamasaki Kyoshi, oriundo del mismo pueblo de Eiguchi, completó las sucesivas estrofas, evocando la derrota del ejército japonés, las peripecias vividas durante la  lucha, así como el esconderse en refugios, y posteriormente ser capturados y conducidos por caminos montañosos al campamento de prisioneros. Exterioriza, también,  sentimientos de desconciertos por el desconocimiento de la suerte de la familia (padres, hermanos, esposa e hijos), y agrega que los graznidos de los cuervos del monte parecieran comprender su desasosiego.
La canción concluye con el retorno al hogar, en marzo de 1946, y resalta la alegría de reencuentro con la familia y los vecinos.


 

 

La familia en la Argentina

 

En abril de 1952, la familia de Choko Eiguchi se embarcó hacia la Argentina, como tantas otras familias de Okinawa. Tenía 23 años y su familia estaba compuesta por su esposa, Sadako, y Kumiko, de 2, hija del matrimonio. Primero se radico en Bolívar, provincia de Buenos Aires, luego se trasladaron a la Capital Federal, pensando en el estudio universitario de su hija. Kumiko se recibió de médica y es Doctora en Medicina e investigadora de Conicet. Actualmente  ejerce la docencia en varias universidades del país. Su especialidad es la Pediatría, Neumología e enfermedades infecciosas. Ha recibido diversos premios y distinciones y actualmente es la directora General de Docencia e Investigación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Choko Eiguchi perdió a su esposa hace dos años. Hoy está rodeado de sus hijos, nietos y bisnietos. Eiguchi san, además de ser maestro de sanshin, tocando o transmitiendo su arte a los jóvenes, tiene conocimientso sobre la medicina tradicional (acupuntura y digicumputura).