Germán Nishiyamamoto es músico. Fue guitarrista de los Capitanes del espacio, grupo ya disuelto, de extensa y extraña discografía, y banda con la cual compuso temas influenciados con la movida sonora de Osaka y del escritor norteamericano Philip K. Dick. Actualmente toca en El Pesebre Asesino y trabaja en su propio estudio de grabación.
La música está presente en muchos lugares. En los rincones más insospechados del planeta escuchamos una radio encendida que inunda el interior de un hogar, o a un hombre silbando una canción mientras maneja su camioneta a través de una ruta desierta. Alguien que toca la biwa en una choza perdida en un monte, un monje budista viaja hacia el fin de la noche entonando los párrafos de escrituras sagradas, en un rincón de la selva un hombre imita el canto de un ave con su flauta. Se dice que desde los orígenes de la humanidad ya había músicos: personas que golpeaban los huesos de un animal que deseaban alejar de las aldeas o anhelaban poder cazar. También se valían de sus palmas para acompañar sus cantos. Cumplían una función importante dentro de una comunidad.
En la actualidad, otras personas invocan ese origen, componiendo y dando vida a nuevas canciones. Germán Nishiyamamoto es músico, toca varios instrumentos, entre ellos, uno curioso, de origen ruso, que fabricó con sus manos. Fue guitarrista de los Capitanes del espacio, grupo ya disuelto de extensa y extraña discografía, que incluye la participación junto a bandas de Bélgica, Holanda, Estados Unidos, Gran Bretaña, Austria, Francia y Argentina, en un compilado editado por un sello discográfico de Rotterdam, Holanda. Como miembro de esa banda compuso canciones que tienen muchas influencias de diversas vertientes relacionadas más con la movida sonora de Osaka que con la Argentina, experimentaciones varias y alguna letra deudora de la literatura del escritor norteamericano Philip K. Dick. Cuando era chico, solía hacer deportes de alto riesgo. Uno de sus juegos favoritos era pasear haciendo equilibrio por las cornisas de las casas del barrio. Hace unos años viajó en bicicleta hasta las playas del norte de Uruguay. Actualmente está haciendo un documental audiovisual sobre una banda y tocando en El Pesebre Asesino. Trabaja en su propio estudio de grabación junto con su socio, que también es músico, Hernán Godoy. Por ese lugar pasan a diario personas que desean grabar sus canciones.
-¿Cómo es un día laboral? ¿En qué consiste tu trabajo? -Por lo general voy en bicicleta, tardo media hora, 40 minutos desde mi casa a Avellaneda. Y el trabajo depende de lo que tengamos que hacer ese día… Si va a grabar una banda, armamos todo, ubicamos los micrófonos en lugares específicos donde mejor captan el sonido de determinado instrumento, armamos los canales en la compu donde quedará registrado lo que toman los micrófonos, preparamos todo lo necesario y chequeamos el registro de sonido para que esté todo bien y, cuando llegan los músicos, arrancamos con las grabaciones. Cuando es algo nuestro, experimentamos. Aparte de hacer todo lo necesario para registrar el sonido con la mayor perfección posible, hacemos las mezclas de las pistas que se graban. Es decir, manejo de volúmenes de cada instrumento buscando encontrar una cierta estética que los músicos de las bandas que vienen a grabar nos expresan en palabras. Ellos lo manifiestan en palabras y nosotros las transformamos en el sonido de sus instrumentos. -¿Qué obras influenciaron tu música? -Libros, tan directamente, no sé. Quizá discos, sí. Los discos de la época del cuarteto de Coltrane, los discos más flasheros de Miles Davis, Bitches Brew, la etapa eléctrica. Sonic Youth de más chico, Fugazi. De Japón, los Boredoms, Omoide Hatoba, OOIOO, los Acid Mothers Temple, donde toca Makoto Kawabata... Del cine, por ahí, Takashi Miike. Kitano también, pero es más clásico. Lo que tiene Miike… es como más jugado, más experimental. Tiene más que ver más con las cosas que hago yo. Me gusta mucho la de “Koroshiya Ichi”, que hicieron los Boredoms y la de “Deddo oa araibu: Hanzaisha”, donde toca esa banda heavy metal… la introducción y la edición son zarpadas. -¿Cómo nace una canción? -Es un proceso complejo, difícil de explicar en pocas palabras. Por lo general, compongo la música, primero, y después, la letra. No me gusta escribir la letra primero porque cuando tenés la letra escrita te condiciona en lo rítmico. Disfruto más que esté hecha la música y después ver cómo metés la letra ahí. -¿Qué tipo de público sigue a tu banda? -Muchos amigos y algunos conocidos. Coincide con que la mayoría de ellos son músicos, también hay pintores, otros son escritores y gente que labura en áreas que tienen que ver con cosas creativas, pero no con criterio artístico como publicidad, diseño… Gente que escucha mucha música, gente que tiene Internet y la usa mucho, tanto para bajar películas, música, leer, bajar libros… para actualizarse. Desde ese lado es un público muy zarpado… gente muy inquieta en lo cultural. -¿Por qué tocás? ¿Qué te llevó a elegir la música? -La música es lo que más me gusta. Y tocar es lo que más me gusta hacer. Disfruto mucho. Casi todo el día estoy con algo relacionado con la música. Toqué en muchas bandas. Las que te nombré y algunas que tuve de chico que ni llegamos a ponerles nombre. -¿Qué instrumentos tocás? Guitarra, bajo, batería, theremin y hace un tiempo estoy estudiando clarinete. Mi elección por la guitarra fue accidental. El resto de instrumentos los aprendí porque ensayábamos en casa, en el fondo de una tintorería. Los instrumentos quedaban acá y cuando todos se iban me quedaba estudiando cada instrumento. Armé un theremin, leí la biografía del creador, León Thérémin, me bajé el circuito de Internet y le consulté a mi papá si era complicado, porque él sabe mucho de electrónica por su trabajo. Me dijo que no, entonces me hice una lista de los componentes, los fui a buscar y lo armé. -¿Ser descendiente de japoneses influye en tu obra? -Supongo que sí, quizá no con intencionalidad, pero se filtra, y se debe filtrar. Yo no me doy cuenta, pero muchas veces tocando con algunos músicos o cuando les muestro canciones que hice me dicen que “eso es muy japonés”. Y yo solamente estaba tocando la guitarra. No es algo intencional. -¿Tu abuelo tocaba algún instrumento? -Sanshin. Los recuerdos que tengo de mi abuelo son fotos y grabaciones cuando él tocaba. Recuerdos de verlo tocando no tengo, porque falleció cuando yo tenía cuatro años. Tocaba folclore okinawense. La música esa es muy zarpada. Le empecé a dar bola más de grande, cuando ya había escuchado mucha música occidental y ya era músico. Encontrás que está todo al revés, lo que te está marcando “la tierra” o la pauta rítmica es el sanshin, y las voces entran en lugares medio flasheros, y la percusión, si bien es muy simple y muy mínima, cae en lugares que son bastante particulares si lo comparás con la música occidental. Escuchar esas grabaciones es emocionante. -¿Por qué tienen su propio sello discográfico? -Nuestro sello no funciona como uno convencional. Una vez que terminamos discos los subimos a Internet y enviamos el link. Antes de que nos pirateen nos pirateamos nosotros y hacemos que tenemos un sello. Estoy a favor de la piratería, de la bajada de material de Internet. Además está buenísimo. Es información, y es gratis. -Y la gente, teniendo esas posibilidades, ¿por qué escucha siempre lo mismo? -A la gente no le interesa la historia de la música… el jazz, el rock. Un músico tendría que escuchar muchos discos, pero no se da en todos los casos, si no no existirían las bandas rolingas. Muchos músicos, en realidad, son gente que toca. Les interesa ser una imitación, una reproducción de algo que ya está hecho. No les interesa indagar, ver lo que pasó antes, lo que está pasando y lo que se le ocurre a él. Están las posibilidades. Internet es económico y no aprovechar esa herramienta es medio flashero. Antes era distinto, era todo un esfuerzo conseguir discos. Cuando iba a la secundaria no comía al mediodía para ahorrarme el dinero del almuerzo y así ir el domingo con esos ahorros a comprar discos a la feria de Parque Rivadavia. Me gastaba toda la guita, me quedaba sin monedas y me volvía caminando a Lanús desde la Capital, cruzando Pompeya a gamba. Radio no escucho. Me gusta elegir lo que escucho y no que otra persona elija por mí. -¿Qué descubriste a través de la música? ¿Qué encontraste? -A través de la música terminás linkeando a un montón de cosas más. Por ejemplo, a “La máquina blanda”, del escritor William Burroughs, terminé cayendo por discos de la banda inglesa Soft machine. El nombre me linkeó hasta ahí y llegué. Y además, sí, conocí muchas personas interesantes. La mayoría de las bandas en las que toqué fue con gente muy demente, muy creativa, donde dejábamos de lado las individualidades para poder lograr un equilibrio y así concretar un disco, una obra.
Viaje en bicicleta… -Viajé con dos amigos. Fuimos hasta Punta del diablo. Y allá cruzamos a Brasil. Anduvimos como 30 kilómetros por la ruta. Al mediodía, el mediodía con el sol brasileño. Estuvimos casi un mes en Uruguay. A la vuelta, como habíamos llevado demasiado equipaje, en Piriápolis enviamos todo por encomienda a Montevideo para viajar en bicicleta sin tanto equipaje. Como eran las últimas horas antes de volvernos a Argentina, fuimos a la playa. Estábamos en la playa, eran las cuatro de la tarde, y miro el ticket para retirar el equipaje en Montevideo y decía que el lugar cerraba a las 21 y nosotros teníamos la vuelta a la una de la mañana. Si no alcanzábamos a retirar el equipaje teníamos que quedarnos hasta el día siguiente, pero perdíamos los pasajes para viajar esa noche. Teníamos que llegar a Montevideo. Salimos a la ruta y comenzamos a pedalear, pero no llegábamos. Le pedí la bicicleta a Miguel, que era de carrera, y me adelanté. A nivel físico fue lo más extremo que hice. En un momento iba ahí solo, en la ruta; las piernas te tiemblan y ya no podés más, tenés los músculos cansados y para sacar power de otro lado pensé en ponerme a cantar a los gritos y no estar pendiente del dolor. Se me ocurrió y canté casi todo “Funhouse”, de los Stooges, a los gritos, como un desquiciado, mientras pedaleaba por la ruta. Llegué 21 y 10 al lugar y ya había cerrado, pero quedaba un empleado detrás de las rejas. Apoyé la bicicleta, me temblaban todas las piernas. Le pedí por favor. El empleado me miró con cara de que ya quería irse, pero se copó y buscó el equipaje. Más tarde cayeron mis amigos y a la madrugada viajamos a Buenos Aires. -¿Hay algo del placer por la música de tu papá que te haya transmitido a vos? -Creo que tuve mucha suerte, porque mi papá tiene una colección de vinilos muy zarpada, muy grande y, de hecho, zafé de comprar discos, porque tenía él y me los pasó. Entre los discos que tenía estaba “Future days”, de Can. La primera vez que lo escuché era muy chico. No tenía idea de qué era el kraut rock y ese universo. Estaba solo, una noche, y lo puse, porque me había llamado la atención el arte de tapa, por el tridente. Vi que era una banda alemana y eso también me llamaba la atención. Por lo general, la mayoría eran inglesas o norteamericanas. Lo puse y me flasheó. No sé si lo entendí muy bien la primera vez que lo escuché, pero que me flasheó, me flasheó; no entendía qué estaba pasando. Y cómo cayó ese disco en la discografía de mi viejo, no sé. Quizás por el sello de “Convivencia sagrada” que traían en la tapa los discos de rock progresivo. Género que toca King Crimson, por ejemplo. -Nombraste a King Crimson, donde toca Fripp, un músico ligado al Zen. ¿Leíste algo sobre el Zen o te sentís identificado desde lo espiritual? -Sí, pero lo que pasa es que es muy ajeno a esta realidad, a nuestra realidad, a Lanús, a Argentina. Es muy interesante y en lo espiritual hay una conexión, pero en lo aplicable estamos bastante distantes. Respecto al Butsudan, de chico me llamaba la atención. Obâ, el 1º o el 15, lo abre y le pone la comida, el té. Me explicaba, pero no entendía todo eso que tiene mucho de ritual. De más grande entendí. -Hablame más sobre Can. -Es una banda alemana, integrante de una corriente denominada kraut-rock. Dos de sus integrantes provenían de la música culta, la escuela de Stockhausen; otro provenía del free jazz, y el guitarrista, que también tocaba el violín, tenía influencias del rock. En una de las formaciones contó con la presencia del japonés Damo Suzuki. Me gustan casi todos los discos menos los de finales de 70 y 80, no me gustan tanto. Hay un cambio notorio entre las dos etapas, entre el primer cantante, Michael Mooney, y Damo Suzuki. La primera etapa era más visceral, más cabeza, más punk, más salvaje. Con Damo Suzuki tiene muchos climas, viaje, una movida más kraut rockera. Si bien tiene momentos más sacados, experimentales, es como eso que me contaste que alguna vez habías leído: que alguien decía que Damo Suzuki era el que cantaba las melodías más hermosas con el rostro más feo. -¿Qué opinión merecen los músicos que influenciaron a Can? -¿Karlheinz Stockhausen y todos esos locos? En lo musical aburren bastante, pero tiran ideas que eran zarpadas y más en esa época. El otro día leí una entrevista a Stockhausen y sus ideas eran brillantes pero con los discos te quedás dormido. Lo mismo sucede con John Cage. Me acordé por el flash que tenía con el Budismo y el Zen… Pero los discos te matan. Sus ideas garpan más que sus obras como “4:33” que son 4 minutos y medio de un tipo sentado frente al piano en silencio. Además de Damo Suzuki, otro músico japonés interesante y que pude ver en vivo es Seiichi Yamamoto, que tocó con Yuji Katsui, el violinista de Rovo. Me parece un violero zarpado. Toca en los Boredoms, también en Omoide Hatoba. Estuvo bueno el recital. Me flasheó la irrupción de Charly García en el escenario y lo de Samalea… que sabe tocar la batería, pero no sé si le entendió el plan a los japoneses. Estaban medios separados, muy alejados de los japoneses. El violero tocaba como muy mínimo, muy simple, y de repente hacía cosas rarísimas. Me gustaba mucho cómo usaba los efectos, los pedales de guitarra, el Wha Wha. No lo usaba como la mayoría de los violeros. Ni a lo Mollo ni a lo Hendrix.
Opinión del padre. Mi papá escucha mucha música y cada tanto le muestro lo que estoy haciendo. Algunas cosas le gustan, otras no. A veces me tira un comentario gracioso. Me dice, “si vos y Hernán saben tocar, ¿por qué hacen eso?”. -¿Y cómo se dio el fenómeno de tener fans en Uruguay y no en Argentina? -No sé, pero siempre que hacemos algo o subimos discos a Internet ellos se enteran. Supongo que les llegó un disco, se lo empezaron a pasar entre ellos y de repente había un grupo de gente que escuchaba Capitanes del espacio. Y ahora pasa con El pesebre asesino. A fines del 2009 empezamos a armar el estudio y cuando terminamos, comenzamos a grabar el último disco. Ellos ya lo tienen y lo suelen escuchar. Hice un disco solista, cuatro canciones que planeo subir a Internet para que lo puedan bajar. Inventé un método de composición al azar. Armé un tablero circular de tres colores. Y con unos dados dividí las doce notas de la escala occidental en dos dados. Los colores te tiran el clima, la intensidad. Cuanto más se acercan los dados al centro, más corta es la nota, y cuanto más lejos, más extensa. Usé el tablero en la sala, en improvisaciones y, la otra vez, en vivo, cuando me invitó a tocar en una galería de arte un pintor que había venido de Chile. Me invitó a tocar el cierre de su muestra. Como era un plan libre llevé el tablero y lo implementé. -¿Qué planes tenés para el futuro? -Seguir con la banda, con el estudio, componiendo, experimentar, grabar discos, crear y dar recitales.
Le quiero comentar a Germán que, para mí, escribir una canción debería ser tomado como algo místico, un vínculo con nuestra raíz, nuestro pasado remoto. Me quedan muchas preguntas que debería hacerle, pero ya está por empezar a tocar en vivo. ¿Qué viste en las rutas oscuras en el viaje hacia las playas del norte de Uruguay?, ¿qué canciones tuyas reflejan eso que descubriste, sobre la cornisa, cuando eras chico, mientras el viento del Este silbaba una canción? Él se acomoda la guitarra, eleva su mano y la baja hacia las cuerdas con un movimiento que parece haber comenzado desde otra era, desde otro tiempo.
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