Martes, 24 de Mayo de 2022 |
Movilidad social a través del trabajo |
HUBO UN TIEMPO en que la colectividad se situó en un nivel económico-patrimonial alto o medio-alto. Al ver las fotos del álbum de Shiro Sato, elaborado en 1935, uno de los datos que nos llama la atención, sin duda, es el tiempo que transcurrió desde que los inmigrantes allí retratados llegaron a la Argentina hasta que comenzaron a trabajar como cuentapropistas. Por ejemplo, en el caso de los señores Teruya y Tamashiro, llegaron entre 1918 y 1919, respectivamente, y en diez años, para 1929, reunieron el capital suficiente para abrir el taller de carpintería que vemos. Incluso, algunos tardaron mucho menos tiempo.
Luego de llegar al país y trabajar en fábricas metalúrgicas, de enlozados, frigoríficos, textiles, alimentos, como simples obreros, pasaron a trabajar como personal doméstico en casas de familias acomodadas o también como mozos de café, para pasar a ser conductores de taxi, abrir tintorerías o alquilar terrenos en los suburbios para iniciar actividades de horticultura y floricultura. ¿Cómo se dio ese paso tan rápido? ¿Tiene que ver con cuestiones culturales –por ejemplo, una vida muy austera, sumada a prácticas de ahorro en forma de círculos cerrados que permitían reunir un capital para dar el salto a la independencia económica? Seguimos examinando casos, para ver la forma en que a lo largo de la historia de la presencia de japoneses en Argentina, no obstante las cíclicas crisis económicas, éstas pudieron ser superadas, dar educación a sus hijos y entrar a formar parte de la, hasta no hace demasiado tiempo, amplia clase media argentina. Pero aquí también nos asalta la duda de si esta afirmación, como muchas relativas a nuestra historia, tiene respaldo en datos concretos. En este caso, podemos decir que al menos contamos con un estudio estadístico que, aunque tiene más de 30 años ya, fue realizado por profesionales muy reconocidos, como Silvia Lépore, investigadora del CEMLA (Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos y de la UCA), y Héctor Maletta, consultor de Naciones Unidas, actualmente docente investigador en UNTREF. Desde entonces, solo ha habido un trabajo de actualización y basado solo en un muestreo de población (Relevamiento de la Comunidad Japonesa – japoneses y sus descendientes – residentes en Argentina. Mayo de 2015, FANA), lo que determina que se siga necesitando un trabajo de actualización más en profundidad. Por el momento, veamos qué panorama nos presentaba la colectividad japonesa a inicios de la década de 1990. Para esto tomamos el informe que publicaron en la revista Estudios Migratorios Latinoamericanos, año 5, nros 15-16, 1990, pp. 425-521. Ambos investigadores contrastaron los datos del Censo Nacional de 1980 con el muestreo tomado en 1986, realizado por la Dirección Nacional de Migraciones y el apoyo de la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA). A partir de esta información, se determinó que para 1986 habría 9900 japoneses en Argentina. Es interesante que en la muestra tomada en 1986 aparecía un 12,5% que declaraba haber nacido en territorios coloniales japoneses. Por proyecciones a partir de la constitución de hogares convivientes con por lo menos una persona de nacionalidad japonesa en 1986, y de las proyecciones a partir de las cifras que arrojó el propio muestreo tomado en ese año, para el caso de descendientes no convivientes, se llegó a los siguientes números: En cambio, entre los descendientes, casi el 19 % tenía solo primaria completa, frente al casi 45 % con educación media completa y el 18 % con educación superior completa. En cuanto a nivel educativo, los inmigrantes japoneses, indudablemente, pudieron dar educación y mejorar el nivel educativo de la colectividad en la generación de sus hijos. En cuanto a su ocupación, por ejemplo, en el Censo de 1980 (sobre cifras de japoneses y convivientes no japoneses), en el caso de japoneses, casi el 49 % era cuentapropista, y asalariados en el sector privado un 20 %. Mientras que en los convivientes, casi un 27 % eran cuentapropistas, casi un 13 % eran asalariados en el sector público y un 36 % asalariados en el sector privado. En cuanto a la rama de trabajo, entre los japoneses el 26 % estaba ocupado en agricultura, 9 % en industria, 18 % en comercio y transporte y 48 % en servicios personales, comunales y sociales (aquí se incluyen tintorerías); en cambio, entre los convivientes, 20 % en agricultura, 13 % en industria, 25 % en comercio y transporte y casi 32 % en servicios personales, comunales y sociales. El tema del trabajador por cuenta propia, es decir que no tiene empleados a cargo, un gran porcentaje en realidad trabaja con miembros de su familia y esos datos surgen de la muestra de 1986. En esta encuesta, a cada persona que declaró ser patrón o trabajador por cuenta propia, se le preguntó sobre la cantidad de personas (familiares o asalariados) que trabajaban en la empresa, incluyendo al entrevistado. En lo que se refiere a los trabajadores familiares, la mayor parte de las respuestas indicó una o dos personas en total: esto ocurrió con un 76 % entre los japoneses y un 78 % entre los descendientes. Otro 20 % declaró 3 o 4 personas de la familia, nadie declaró más de 7 personas en esas condiciones. En cambio, los que emplean asalariados sobrepasan esas cifras, entre los japoneses hubo una empresa con 30 asalariados, y entre los descendientes, una con 90 personas en relación de dependencia. No obstante, dos tercios de las empresas tenían solo uno o dos asalariados. La empresa predominante en la colectividad es la empresa familiar. En la muestra encuestada aparecieron más de 600 autónomos entre los descendientes, pero solo la cuarta parte de ellos tenía asalariados, y generalmente muy pocos. Entre los floricultores, alrededor de la mitad tiene trabajadores asalariados a su cargo. El artículo de Maletta y Lépore concluía que la colectividad, en su conjunto, habrían tenido en ese momento una situación patrimonial bastante holgada frente al promedio de la sociedad argentina. “Casi todos son propietarios de la vivienda que habitan, poseen locales comerciales, fincas agrícolas y otras viviendas en un porcentaje que oscila entre un 17 y un 37 % de los hogares. Asimismo, casi las tres cuartas partes posee un automóvil y estos datos situarían a la colectividad como un conjunto en un nivel económico-patrimonial alto o medio-alto, aún cuando haya un cierto porcentaje de nivel más humilde”. La década de 1990 fue una etapa muy particular en cuanto a las cuestiones de trabajo. Fue un momento muy crítico para la industria argentina, y en el que la clase media recibió un duro golpe. Mientras Japón abría sus puertas a trabajadores no calificados con muy buenos salarios, comparativamente, la convertibilidad en nuestro país lo hacía poco significativo. El remate fue la crisis del 2001, pero a quienes se habían refugiado en Japón no les afectó, aunque la bonanza en Japón también se reducía. Hoy ya tenemos una buena distancia frente a esos años, de modo de poder estudiar cómo impactó la política de la década del 90 en la situación económica de la colectividad, pero lo cierto es que, por testimonios de jóvenes nisei –hijos de inmigrantes de posguerra en particular–, sorprendentemente han podido sortear nuevamente esa crisis relativamente bien. Nos debemos ese estudio y, tal vez, a través de sus resultados, poder saber más de las estrategias de trabajo adoptadas. De qué manera no solo sobrevivir, sino poder salir adelante en nuestro país, es la pregunta cuya respuesta toda la sociedad argentina sigue buscando. |