Miércoles, 20 de Enero de 2021 |
“Taru o shiru” |
Escrito por Por Akiko Yamaguchi* |
ADAPTAR LA VIDA DIARIA a la cuarentena obligatoria. A pesar de haber tenido que enfrentar una crisis sin precedentes, personas de distintos ámbitos resaltaron algún aspecto positivo, una forma de sobrellevar la situación, muchas veces, con alegría y hasta satisfacción. Soy ama de casa, casada y madre de una hija. Cuando llegamos a la Argentina, mi hija tenía cuatro años; ahora, seis. Al repasar el período de la cuarentena, tanto la del aislamiento estricto como la del distanciamiento y moderada apertura, personalmente podría atribuir al primero como un tiempo con mi hija y mi familia y un reencuentro conmigo misma; al segundo, como “días para estar satisfecha con lo que tengo (Taru o shiru)”.
En un principio, aquellos días en que no se podía salir ni ir al colegio ni a la oficina, no sabíamos cómo enfrentarlos, pero, a la vez, en este período se amplió el tiempo con mi hija. Recuerdo que tras seis meses de su nacimiento, retomé mi trabajo, y ella quedó bajo el cuidado de una niñera. En Argentina por primera vez en mi vida me convertí en una ama de casa. Ser ama de casa me permitía tener más tiempo con mi hija, pero, a la vez, el tiempo volaba por tantas obligaciones diarias. Creo que si bien compartía el mismo espacio con ella, no es que hacíamos algo juntas. Con la cuarentena, con el país paralizado, sentía que la vida cotidiana y mi mente se volvieron más simples. No tenía nada particular para hacer ni pensar. Casi todo el día estaba con mi hija. Pintar, aprender juntas, cocinar y comer. Todo el tiempo se trata de momentos entre madre e hija, y de un tiempo con la familia. Ahora que lo pienso, quizá sin cuarentena no lo hubiera encontrado. A medida que se fue relajando el aislamiento, comenzaron a volver aquellos días agitados, por lo que el tiempo de la cuarentena estricta fue una especie de tesoro para mí. Sin embargo, a lo largo de todo el periodo de la cuarentena estricta, me dispuse permanentemente a desafiarme e inventar. La aspiración de buscar nuevos entretenimientos en una vida mediocre, viendo siempre las mismas caras en el mismo espacio, me llevó a idear un picnic en la terraza con una lona y onigiris, transformarla en una sala de cine instalando la computadora, una mesa, almohadones y luces. Nacieron tantos programas divertidos que ahora me pregunto por qué no lo había antes. Lo que más nos agradó durante la vida que hicimos en cuarentena fue “la comida”. Hubo cambios que antes, con el trabajo y por ser complicadas, no nos animábamos a preparar. Los tres juntos cocinamos pizza o pastas, y además, más allá de las tres comidas diarias, hicimos tortas, budines y galletitas. Preparamos gyoza por primera vez en nuestras vidas. Mi marido hacía la masa y yo el relleno, y así se volvió algo nuestro. Esta fue nuestra forma de trabajar en equipo. Fueron tantas cosas que es imposible de mencionarlas, pero durante la cuarentena tuve la oportunidad de intentar aquello que antes evitaba por mi falta de gusto, capacidad o afinidad, como cocer, hacer origami y otras manualidades o dibujar. Me sorprendió lo divertido que fue y, a la vez, que fui capaz de hacer cosas que, hasta entonces, no me animaba a practicar. Esto me generó alegría. Con la flexibilización de la cuarentena, y los permisos para salir de paseo con los chicos, y la apertura de los negocios y restaurantes, me di cuenta del sentimiento de agradecimiento hacia las cosas que disfrutábamos en la vida ordinaria. No me puedo olvidar de la emoción de ese día cuando salimos a la entrada del edificio del departamento después de dos meses de haber estado encerrados. El color del cielo, el aroma del viento, la calidez del sol. Estaba tan feliz de poder sentirlos que las lágrimas de emoción me borraron la vista. Comprar flores, tener un espacio en mi mente para adornar y apreciarlas; poder salir y ver el día. Todo eso hizo darme cuenta del cambio, de aquello que era ordinario y que ahora pasaba a ser extraordinario. Por primera vez creo que entendí lo que era la felicidad y lo que significa “estar satisfecha con lo que tengo (Taru o shiru)". La cuarentena, para mí, fue un punto de inflexión. Obtuve algo esencial y me di cuenta de un sentimiento que nunca antes había conocido. Si pudimos superar la cuarentena más larga del mundo fue gracias a mi familia, y amigos con quienes nos alentábamos, y mi familia y amigos de Japón, que son como mi sostén psicológico. Y para terminar, agradezco a La Plata Hochi por ofrecerme este espacio. |