OFICIO asociado a los inmigrantes japoneses, este 22 de septiembre se celebra “El Día del Tintorero”.
“Antes había alrededor de 1400 asociados a la Cámara de Tintorerías de la Provincia de Buenos Aires, hoy somos menos de 100”, recuerda con algo de nostalgia Tsuneo Kishimoto, presidente de la entidad ubicada en el Municipio de Lomas de Zamora. Muchos inmigrantes japoneses vieron en las tintorerías un oficio muy redituable, ya que no se necesitaba invertir mucho dinero en maquinaria y era un trabajo familiar. Como consecuencia de la baja de la actividad, ya no se realizan los asados para festejar cada 22 de septiembre el Día del Tintorero en la Cámara de Tintorerías bonaerense.
No obstante, Kishimoto sostuvo que “mientras los dueños estén vivos” las tintorerías tradicionales seguirán abiertas. La primera iniciativa exitosa está registrada en la década de 1910 cuando una inmigrante okinawense empezó a tocar puertas para ofrecer "lavado y planchado de ropa" en forma manual, con unas pocas palabras en un incipiente español que combinaba con gestos. La inclusión de maquinaria en años posteriores permitió el crecimiento de las tintorerías y en 1972 nació la entidad residida por Kishimoto. “Este es un gremio complicado. Era difícil que el issei (primera generación de inmigrantes japoneses) entendiera la necesidad de una entidad que agrupara tintoreros para relacionarse con otras instancias como la Secretaría de Comercio de la Nación, que en los años 70 había determinado un precio máximo”, cuenta Kishimoto. Los inmigrantes japoneses generalmente armaban una tintorería en la parte delantera de las casas y, en algunos casos, se transmitió el oficio de generación a generación en medio del vapor y el calor de la caldera, que no permitía distinguir el cambio de estación a quienes trabajaban en esos locales. El surgimiento de la Cámara permitió “pelear” un precio mayor y “establecer como valor de referencia para la limpieza de la ropa: el 10% de la prenda nueva”, aseguró Kishimoto. Antes de la creación de la Cámara, cada tintorero en forma individual establecía el precio en relación con la demanda y con la zona en donde tenía ubicado su negocio. Muchos años después, aún se asocia este oficio con los inmigrantes japoneses, quienes continúan realizando un “trabajo artesanal”, es decir, que además de lavar y planchar el servicio incluye determinar si se debe realizar limpieza en seco o húmedo y si es necesario un pre desmanche. Luego de recibir la prenda, los tintoreros tenían que retirar botones, hebillas y apliques que luego eran vueltos a coser después del lavado. Esta tarea ocupaba largas jornadas en las tintorerías, las cuales simplemente eran locales a la calle denominada “Japón”, “Tokio”, “Kioto”, “Nippon”, “Fuji” o llevaban el apellido familiar. Las generaciones que crecieron en esas casas tintorerías aún tienen el recuerdo del fuerte olor a solvente que impregnaba las narices. Pasaron muchos años hasta que se comenzó a utilizar el solvente sin olor derivado del petróleo y hasta que se conformó la Agrupación de Tintorerías Tradicionales Argentino Japonesa Autoconvocados. La entidad surgió luego de que una ley porteña provocara una oleada de inspecciones a tintorerías tradicionales, que puso en riesgo la continuidad del oficio. Durante los primeros 6 meses de la aplicación de la ley 1727, se sancionaron con fuertes multas a tintorerías tradicionales y cerraron más de 100 locales en la Ciudad de Buenos Aires, en 2009. Además, esta legislación intimaba a que las tintorerías tradicionales cambiaran sus maquinarias por las mismas que usaban las cadenas rápidas. La revalorización del “trabajo artesanal” marcó la diferencia entre las tintorerías tradicionales y las cadenas internacionales que promocionaban un servicio en forma rápida y a menor costo. Estas últimas, además utilizaban para el lavado de ropa percloro o percloroetileno, sustancia altamente toxica. “Los tintoreros continuamos realizando el mismo trabajo artesanal y lo seguiremos haciendo mientras estemos vivos. Incluso, a pesar de que ya no existen ni las fábricas para comprar maquinarias nuevas. Es una entrada de dinero, además de la jubilación mínima”, aseguró Kishimoto. Muchos de los hijos y nietos de los inmigrantes japoneses que crecieron en tintorerías tradicionales pudieron acceder a estudios universitarios, por lo que muchos de ellos decidieron no continuar con el oficio familiar. Asimismo, la baja de la actividad comenzó en los años 90 y se acentuó en la década siguiente. Por lo que muchos tintoreros, ya mayores, ven esta pérdida del oficio con nostalgia y vaticinan el fin de las tintorerías, no solo por las cadenas internacionales que se instalaron en el país, sino también por un cambio en el vestuario. “Se dejó de vestir el traje, y la ropa informal de uso diario se mete al lavarropa, por lo que la tintorería ya no rinde como antes”, señala Kishimoto, quien desde 1973 tiene su local en la calle Cangallo, en Temperley, donde no tiene cartelería ya que mantiene su negocio con su clientela fija.
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