Jueves, 27 de Julio de 2017
Entender que por algo estamos vivos
Escrito por Nora Goya   

CROMAÑON. Pamela Radice Kawakami y cómo cambió su vida tras el incendio de hace 12 años.

Hace algo más de 12 años ocurrió una de las tragedias no naturales más importantes en la Argentina. El 30 de diciembre de 2004 se incendió el boliche República Cromañon durante un recital de la banda de rock Callejeros, hecho que dejó 194 muertos y más de 1000 heridos. “Por qué le tocó salir con vida. Por qué no perdió a ningún ser querido en la tragedia” son algunos de los interrogantes sin respuesta “que se mezclan con la culpa de estar vivo”, aseguró Pamela Ragise Kawakami, quien estuvo esa noche en Cromañon.

Luego del incendio, surgieron organizaciones formadas por sobrevivientes, víctimas y familiares de los fallecidos que actualmente brindan talleres de prevención y toman denuncias sobre posibles irregularidades en lugares de espectáculos públicos
“Entender que por algo estamos vivos y que ese hecho tiene que valer por los que ya no están” forma parte de lo cotidiano, agregó Pamela, que tenía 23 años cuando ocurrió el incendio.  
Asimismo, la Cámara de Diputados aprobó el 21 de junio la Ley de Protección de Derechos y Garantías de las víctimas, proyecto impulsado por “Para que no te pase”, espacio que nuclea a sobrevivientes y familiares de víctimas de delitos, como Nilda Gomez, mamá de un chico fallecido en Cromañón.
“Habíamos ido con unos amigos a despedir el año”, comenzó Pamela el relato de aquella noche trágica. Aquel caluroso 30 de diciembre, Callejeros organizó un recital como cierre de un año de crecimiento para la banda, por lo que mucha gente asistió a esa noche Cromañon. “Yo estaba en una de las escaleras, pero como una de mis amigas empezó a tener un mal presentimiento fuimos al baño ubicado en la planta alta del boliche”, agregó.
La banda comenzó a tocar y a los pocos minutos una bengala impactó sobre la media sombra que cubría el techo del boliche, hecho que ocasionó la emanación de gases tóxicos que se esparcieron por todo el local.
A los pocos segundos de haber ingresado al baño, Pamela y su amiga vieron como una chica corrió y anunció a los  gritos lo que sería una tragedia minutos después. Le siguió una marea caótica de chicos y chicas que buscaban escapar del incendio y del humo. 
“No vi el fuego, solo pibes y pibas que entraban desesperados al baño. Con mi amiga nos tapamos la boca con la remera que teníamos puesta y nos acostamos debajo del lavatorio.  Me saqué las zapatillas y nunca le solté la mano a mi amiga”, sostuvo Pamela con tal claridad que pareciera que estuviéramos presenciando la escena en ese baño. 
Su relato siguió con recuerdos intermitentes de aquella trágica noche en la estuvo inconsciente en distintos momentos. La joven recordó a “los chicos acostados en el piso en posición fetal, sus respiraciones agonizantes, los gritos desgarradores con los que algunos llamaban a sus mamás y pedía que no querían morir”, hechos que aún le erizan la piel cuando lo rememora. La historia tiene huecos que luego la joven completó con relatos de otros sobrevivientes y con la información de diarios y televisión.
En medio del caos, Pamela pudo distinguir el sonido de un celular, que le permitió reaccionar y luego el grito de uno de los rescatistas que ingresaron al boliche. La joven aseguró que gritó con las fuerzas que tenía y luego volvió a desmayarse.  En el Hospital Ramos Mejía supo que había sido una de las últimas personas rescatadas de Cromañon. 
De ese baño “sólo salimos tres personas vivas: un chico, mi amiga y yo”, agregó. La joven aún conserva la remera negra con un duende pintado, que al haber estado sobre su boca funcionó como filtro y redujo el efecto de los gases que fueron letales para 194 personas.
Un fuerte dolor en el pecho fue el registro que tuvo de alguna práctica médica que le realizaron en el hospital. El recuerdo de haber tenido convulsiones, de tener la cara cubierta de hollín y de un vómito negro con el que expulsó el material tóxico que había inhalado, se repite varias veces en el relato de la noche que cambió su vida. En el patio del hospital le prestaron un celular para llamar a su familia. “Mi hermana y mi cuñado recorrieron los sanatorios hasta que vieron mi nombre en una de las listas de heridos, mi mamá estaba en Japón”, agregó. El daño no era sólo físico sino también emocional. Luego de la tragedia de Cromañon, Pamela evitaba escuchar cualquier tipo de música, ya que esto le provocaba un llanto sin consuelo. Además, tuvo ataques de pánico cuando intentó ingresar a un local de comidas y cuando estaba en un tren. Nunca volvió a ir a un recital.

 

En 2004, la joven estaba estudiando Psicopedagogía, carrera que no pudo terminar, a pesar de intentarlo. “Dejé de ir a las marchas porque no podía soportar el dolor de los familiares de los fallecidos”, pero si “guardé un libro que narra la tragedia y los diarios porque son parte de mi historia”, aseguró.

Desde aquel 30 de diciembre la recuperación fue larga, paulatina y llena de recuerdos desdibujados. Pamela se hizo todos los controles médicos y realizó terapia.  En 2008, la joven decidió viajar a Japón, donde estuvo hasta 2011 luego del nacimiento de su hijo Eric. “En unos años le voy a contar a mi hijo que sobreviví a una tragedia”, sostuvo Pamela. Después de Cromañon la joven puede asegurar que todo puede superarse, leitmotiv que repite en su vida cotidiana desde diciembre de 2004.