AUTOR de la novela “Shunga” (Evaristo Editorial) y de la premiada “Hotaru”, ganadora del concurso Extremo BAN!, Martín Sancia Kawamichi combina perversidad, brutalidad e imágenes bellas.
¿Qué resultaría de moler en una picadora de carne las imágenes de Yasunari Kawabata, la perversidad de Junichiro Tanizaki y la brutalidad sexual de Koji Wakamatsu? La prosa de Martín Sancia Kawamichi sorprende por su irreverencia, su voluntad de apropiarse del “lado B” de la cultura japonesa, sin especular con lo políticamente correcto para exponer un estilo propio, seguro de sí mismo, que es capaz de presentar las escenas más retorcidas de una manera poética e inteligente.
En el 2013, el autor escribió “Hotaru” con la idea de que jamás sería publicada. Hasta que, ante la sugerencia de su pareja, Andrea, decidió presentarla al concurso del BAN- Extremo Negro de novela policial. El argumento gira en torno a una geisha que, con la sola compañía de su doncella, viene a la Argentina en los años setenta a reencontrarse con un antiguo amor, un montonero que le escribe cartas románticas desde la clandestinidad de una quinta de Derqui. - ¿No te molesta ser tomado por políticamente incorrecto? - Sí, me da miedo, por supuesto. Pero si siguiera el dictado de lo políticamente correcto se me haría imposible escribir. Se me haría imposible concebir un personaje. Debería ser deshonesto, y la deshonestidad me resulta imperdonable. Además, estoy convencido de que un autor deshonesto se delata hasta en su sintaxis. Quedarse en el lado A de las cosas es algo que un autor termina pagando caro. Sancia Kawamichi recuerda que una de las experiencias que más determinó su mirada como escritor fue la obsesión con la muerte que sintió desde muy pequeño. “Una noche de insomnio me puse a pensar en dinosaurios, y me dije: yo también voy a estar muerto millones de años. Y creo que darme cuenta de eso fue lo que marcó mi niñez y marcó, también, mi modo de mirar el mundo. Creo que miro todo como quien está al borde de pasarse millones de años muerto”. La muerte, la destrucción del cuerpo. Será por eso que en Hotaru, un personaje desde el andén del tren, “Rita”, alter ego del autor, dice solo poder ver cuatro personas cada vez. Cuatro, o “Shi” (como muerte), que es tomado como número de mala suerte, es la obsesión de este personaje. Ese gusto por el decir poético que en “Hotaru” es aún un tímido gesto, explota en su máxima expresión con “Shunga”, novela publicada en abril de este año por Evaristo Editorial. Fiel a su estilo, el autor revisita lo mejor del “lado B” de la cultura nipona, con un texto que interpela con imágenes extraordinarias como tomadas de la pintura erótica japonesa (Shunga) entrecruzadas con el característico placer nipón de intervenir lo cotidiano transformándolo en ceremonia, una y otra y otra vez. El argumento de “Shunga” gira en torno a tres actrices: las hermanas Izumi, que son entregadas por su padre al gigante Kazuma, a cambio de saldar una deuda económica. Este hombre las tiene a manera de esclavas sexuales viviendo en la copa de árbol y custodiadas por brutales monos japoneses. Sin embargo, el cruel destino de estas mujeres cambiará con la llegada del viudo Kotaro y su sirviente Taru. Pero más allá del argumento, la musicalidad de las palabras, el preciosismo del estilo del autor, hacen que el encuentro con esta obra sea una experiencia absolutamente gozosa. - ¿Cómo es que llegaste a interesarte por el Shunga? - Hace muchos años que quería escribir una novela en la que surgieran escenas propias del mundo del shunga. Pero de algo estaba seguro: no quería que mi novela transcurriera en los barrios del placer. Es decir: quería que “mi mundo flotante” quedara fuera del mundo flotante que retratan los shunga. Por eso “Shunga” tiene escenarios alejados del lujo, entre la vegetación y el barro. Quería despojo, es decir: quería tragedia. Incluso, buena parte de la novela transcurre arriba de un árbol… Si tuviera que decir qué es lo que más me impactaba de los shunga que me sirvieron de inspiración, tendría que decir que no era el tratamiento de lo sexual. Me impactaba la composición, la puesta en escena de los personajes y, sobre todo, los colores y los diseños de los kimono. Me parecían bellísimos y, no sé por qué, aterradores.
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