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Jueves, 05 de Enero de 2017
Okinawa: orgullo y nostalgia
Escrito por Misako Toyama   

RAÍCES. A propósito del reciente Uchinanchu Taikai, una reflexión sobre la isla y su legado.

Se acerca el muy esperado VI Uchinanchu Taikai, que a partir de la nostalgia a su tierra de los muchos ancianos de más de 80 años y de los miles de otros okinawenses y sus descendientes de todas partes del mundo, serán cálidamente recibidos en Okinawa por sus habitantes de buen corazón (chimubukuru) con el lema “con solo vernos, ya somos hermanos” (ichariba chodei). A todos los habitantes de Okinawa, les mando mi más profundo agradecimiento por esta acogida. A mis parientes y amigos de mi tierra natal, mi bella isla de Okinawa, les envío un gran saludo.

Siento una verdadera alegría de ver que esta, la tierra de mis orígenes, se haya desarrollado en todos sus aspectos, en lo social y en lo económico, siendo actualmente una isla conocida en todo el mundo. En la segunda guerra mundial de hace ya 71 años atrás, Okinawa fue destruida por los constantes bombardeos, pero creo yo, con certeza, que surgió de las cenizas gracias a la unión, a la solidaridad y al infatigable esfuerzo de sus habitantes.
En esas épocas, a nuestros mayores que emigraban a otras partes del mundo a trabajar, antes de partir se les decía: “No mandes carta, envía primero dinero” (tigamiya ato, jin kara sachi ukuriyo), o “trabaja y vuelve con plata” (mookitiku-yo), pero los tiempos han cambiado tanto que actualmente en el Uchinachu Taikai dicen: “Ahora Okinawa es muy próspera” (namayo uchina ippe yugafu nato-kutu), o “cuida tu salud” (karada te-shichini), o  “vuelvan a visitarnos” (ashibi-gaku-yo).
Realmente me siento muy feliz por este impresionante período actual. Como en otras oportunidades, los habitantes de Okinawa seguramente recibirán esta vez a los miles de okinawenses (uchinanchu) y sus descendientes con la misma calidez que los caracteriza.
Recuerdo que en el V Uchinanchu Taikai había jóvenes descendientes de okinawenses que fueron con la intranquilidad de no conocer el idioma, sin embargo, volvieron muy felices de haber ido. A pesar de la barrera idiomática, ayudados con la mímica (tiyo-hisayo-) y una gran voluntad de hacerse entender, lograron comunicarse muy bien. Nos contaron sobre la cordialidad y amabilidad de sus habitantes y que desde Naha, ciudad capital, pudieron hacer viajes turísticos a toda la isla en forma gratuita, de lo cual están muy agradecidos. De haber escuchado tantas conversaciones de sus abuelos (oji-oba) acerca de Okinawa, para ellos es una inmensa alegría haber visto con sus propios ojos la tierra de sus raíces y haber podido vivirla en carne propia. Nos decían con mucho orgullo que Okinawa es como una perla en medio de un mar transparente y que es el mejor lugar del mundo en donde afloran los buenos sentimientos humanos. Volvieron con muchos recuerdos de los días que pudieron disfrutar, contándoselos con entusiasmo a sus amigos en Argentina.
Además, gracias a las becas para descendientes de okinawenses en el exterior que se otorgan desde la prefectura de Okinawa y de diferentes pueblos y ciudades de la isla, muchos jóvenes tienen la posibilidad de conocer y aprender la cultura y artes tradicionales de la isla, quienes al volver se juntan en una agrupación llamada Okiryukai, convirtiéndose esta en un puente de conexión entre Okinawa y Argentina. Periódicamente realizan exposiciones de todo lo aprendido. Envío mis respetos y agradecimiento al pueblo okinawense por darnos esta valiosa posibilidad de las becas.
Yo sostengo que en el dialecto de la isla (uchinaguchi) está el corazón de Okinawa. Bajo este concepto, tomando como punto principal el Centro Okinawense en la Argentina, se les da nombre a diferentes lugares utilizando palabras de nuestro dialecto. Por ejemplo, cerca del Centro Okinawense hay un establecimiento que congrega a okinawenses de edad avanzada llamado “Yuimaru”. Allí se realizan diferentes actividades como gimnasia, canto, manualidades, mientras charlamos entretenidamente durante todo un día. Otro lugar es un campo deportivo en donde se reúnen okinawenses de todas las edades llamado “Urumaen”. Allí se practican gateball, fútbol, béisbol, entre otros deportes, y en donde uno, acompañado de sus familiares y amigos, puede disfrutar de un asado un domingo o un día feriado.
En la ciudad de Buenos Aires, un gran exponente de la cultura japonesa es el Jardín Japonés, en donde este año se construyó una réplica de la entrada al castillo de Shuri, que homenajea orgullosamente a todos los inmigrantes okinawenses. En Argentina, siempre encontraremos algún lugar que nos recuerde a Okinawa.
Ya somos pocos los issei okinawenses que vivimos en otros países, que llegamos luego de la guerra, pero guardamos el mayor legado de nuestros mayores: “Nuestro valioso dialecto” (kugani kutubá). Nunca olvidaremos el espíritu de la frase “con sólo vernos, somos hermanos” (ichariba chodei) y “la solidaridad” (yuimaru). Abrigamos en nuestros corazones la paciencia, la honradez y la dedicación. Nos damos ánimo entre nosotros en los momentos de tristeza y de dolor. Ayudamos y somos ayudados. Hemos trabajado muy duro y tuvimos que pasar por grandes obstáculos. Nuestros padres, que nos trajeron a estas tierras, tuvieron que cruzar las barreras del idioma y de las costumbres, mientras se mezclaban el sudor de sus frentes con las lágrimas de alguna pena.
Pero ahora vivimos una época de gran prosperidad que goza nuestra descendencia. Es la generación de los nisei y sansei que se han criado en las cálidas espaldas de algún issei. Ellos rinden culto a sus antepasados y demuestran respeto hacia sus mayores, por eso, nosotros, los issei, nos sentimos tranquilos de poder disfrutar del resto de nuestra  vida en Argentina, nuestra segunda tierra.
Para mí es impresionante ver lo rápido que ha pasado el tiempo. Hace ya más de 60 años que dejé mi Okinawa natal, sin embargo, no existe un solo día en que haya dejado de pensar en esta isla. Estoy segura de no ser la única que le pasa esto. Creo que todos los que viven en el exterior hacen su vida cotidiana, mientras la nostalgia aflora en algún momento del día. Me siento orgullosa de haber nacido en esta tierra bendecida por la naturaleza, rodeada de transparente mar, habitada por buena gente. Siempre les cuento alguna anécdota de Okinawa (Uchiná) a mis hijos y nietos.
La vez en que fui a visitar Okinawa traje conmigo una semilla de “gajimaru”, la cual planté, la hice bonsai y lo puse justo enfrente de mi cuarto. Se ha convertido en mi conexión con la tierra en donde nací. Todas las mañanas, cuando abro la ventana, la veo y le digo: “Buen día, hoy también enfrentemos la vida con salud”. Esto me da una dosis de valor para iniciar mi día. Veo sus ramas y hojas moverse al viento, levanto la vista al cielo como si saliéramos a volar juntos, y me vienen a mis oídos las melodías de canciones como “Asadoya yunta”,  “Shimauta”, “Tinsagunu hana” y con mi desafinada voz (hijainuri) las empiezo a tararear.
Argentina, el país en donde decidí vivir permanentemente -geográficamente hablando-, es el lugar más alejado de mi natal Okinawa, pero curiosamente tienen algunos detalles en común. El “deigo”, flor provincial okinawense, tiene un llamativo parecido con la flor nacional argentina, el “ceibo”. El hibiscus, o rosa china, y la flor del bougainvillea que florecen en todas partes de Okinawa, se las pueden localizar en muchos lugares de este país. Vaya adonde vaya, Argentina está repleta de plazas con flores de todas las clases y colores que deleitan la vista de los transeúntes. Pero dependiendo del clima y la época del año, las flores terminan marchitándose tarde o temprano. En cambio, dentro mío se encuentra la flor de mi tierra natal, que se mantiene viva y florecida permanentemente gracias al calor de mi corazón.
Mientras escribo estas palabras, mis pensamientos vuelan hacia mi bella Okinawa, pero como este viejo cuerpo mío no puede acompañar este vuelo, esperaré con ansias el regreso de los que se harán presentes en este Uchinanchu Taikai para que me cuenten todo acerca de sus experiencias allí.
Deseo el mayor de los éxitos para este VI Uchinanchu Taikai y que esta sea la oportunidad para unir en una lazo fraternal a los okinawenses (uchinanchu) y sus descendientes de todo el mundo.