Siendo este año el primero de mi mandato como Diputada Nacional, en representación de la provincia del Chaco, me gustaría compartir con los lectores de La Plata Hochi las siguientes reflexiones. Nuestro País, la Argentina, tiene excelentes ventajas comparativas. Por ejemplo: el uso de un idioma, que es el segundo más hablado del mundo; una apreciable capacidad creativa y de innovación de sus habitantes, numerosos núcleos de desarrollo tecnológico sobrevivientes a las debacles causadas por el sistema político, una tradición de excelencia en biotecnología, principal campo de desarrollo de la revolución científica, y un nivel cultural todavía elevado, a pesar del maltrato al que ha sido sometida la educación en el país.
Si los argentinos lográramos aplicar nuestra capacidad para generar información, conocimientos, emociones, diversidad cultural y comunicación a todas las ramas de la actividad económica y social -como han hecho hasta ahora sólo unos pocos sectores-, el resultado sería una explosión de desarrollo económico y progreso social y no el vulnerable crecimiento sin mejora del perfil social y productivo al que asistimos hoy. Creemos profundamente en las enormes posibilidades que, para sus habitantes, puede abrir una Sudamérica orientada al mundo y al futuro, cohesionada por infraestructuras comunes, integrada no sólo económica, sino políticamente, con instituciones parlamentarias y judiciales capaces de solucionar conflictos paralizantes. De acuerdo a la crianza recibida (de padre nisei y madre issei), siempre creí que, siendo una buena ciudadana, madre, esposa y profesional era suficiente. Sin embargo, en el año 2001, cuando el país vivía una crisis económica, social e institucional, durante un almuerzo familiar mis hijos me plantearon que ellos eran estudiantes universitarios, pero que se sentían desesperanzados, ya que una vez obtenido sus títulos seguramente se tendrían que ir de la Argentina, ante la imposibilidad de conseguir empleo, trabajo o desarrollo de sus profesiones. Seguidamente, me sume a sus críticas, argumentando que dada la gran corrupción estructural que padece nuestra provincia y el país creía que era imposible cambiar nuestro destino. Ante estas manifestaciones, mi madre, quien vino a la Argentina para casarse con mi padre seis años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, nos expresó: “No se olviden que fueron los japoneses quienes levantaron el Japón después de terminada la guerra y que son ustedes, los argentinos, quienes tienen la obligación de construir una Argentina diferente”. Estas pocas, pero profundas palabras, me hicieron reflexionar sobre qué estaba haciendo para cambiar las cosas que pasaban en nuestro país y que era necesario comenzar a tener una participación más activa en la actividad política. Así, luego de escuchar una conferencia dada por Elisa Carrió, comenzamos con mi amiga Sara a participar en charlas y actividades varias, hasta constituir el Partido ARI Chaco, hoy Coalición Cívica - ARI. Desde esta fuerza política participamos en las elecciones desde el año 2001, y en el 2005 pude acceder a una banca de Diputada Provincial, en donde nuestra labor fue muy fructífera, siempre tratando de llevar adelante nuestros principios de: Ética, República y distribución del ingreso. Una ética entendida no sólo como lucha contra la corrupción, sino como un contrato moral que comprometa a los argentinos contra las corporaciones que controlan la vida nacional, contra las matrices mafiosas que se han apropiado del estado y contra las prácticas clientelistas que erosionan la democracia y la justicia y quitan a los ciudadanos no sólo sus derechos, sino su autonomía y dignidad. Una República entendida no solamente como movimiento abstracto de los mecanismos institucionales, sino como garantía de poderes estatales responsables ante los ciudadanos y de una democracia sustantiva, basada en la representación y la participación y no en la delegación. Una distribución del ingreso que sea real y no sólo discursiva, que incluya el acceso a la educación y a la cultura y no dependa del asistencialismo clientelista sino que se base en los derechos universales de los ciudadanos y del pleno empleo de sus capacidades en el contexto de la sociedad del conocimiento y la información. El año pasado, en el marco de la estrategia electoral del Acuerdo Cívico y Social, he accedido a una Diputación Nacional, en representación de mi provincia, el Chaco. Efectuando un balance del primer año de gestión en la Cámara de Diputados de la Nación, creo que dentro de los resultados obtenidos, podemos citar: la sanción de leyes de fondo, como ser la recomposición del 82 por ciento móvil en los haberes para jubilados y pensionados nacionales, y la recuperación de las facultades legislativas que desde 1853 a 1994 le habían sido delegadas al Poder Ejecutivo. Asimismo, se logró avanzar en la reforma del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) y en la suspensión de ejecuciones para deudores hipotecarios. Como proyectos pendientes para ser abordados en el próximo año, están ya con estado parlamentario: el de inembargabilidad e inenajenabilidad de tierras pertenecientes a indígenas, publicidad oficial y acceso a la información pública. Lo cierto es que el cambio de nuestro país no depende de un grupo de personas, sino de todos y cada uno de los habitantes del mismo, en donde, desde cada lugar, actividad, profesión u ocupación luchemos juntos hacia un proyecto de Nación; en donde se cumplan los sueños de nuestros padres y abuelos, quienes vieron en la Argentina, la tierra del futuro y la esperanza, para un destino mejor para sus hijos.
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