Una de las virtudes que poseen los japoneses es que, a partir de algo que podría ser negativo o trágico, construyen algo positivo o se esfuerzan para que esta realidad cambie. Esta fue la reflexión a la cuál llegué cuando leí el primer párrafo del artículo “Un hombre creó un glorioso jardín de perfumadas flores para hacer sonreír otra vez a su mujer ciega”, publicado por fuentes periodísticas de Japón.
El artículo comienza así: “Esta pareja entrada en edad cambió el triste futuro que los rodeaba con la belleza de las flores y ahora miles de personas los visitan cuando su jardín florece cada año”. Se trata de la historia de una pareja mayor residentes en la aldea de Shintomi, prefectura de Miyazaki, quienes poseen en su residencia privada un majestuoso jardín de flores musgos Phlox que suele impactar a cualquier visitante, no solo por su cantidad, sino también por su hermosura. Quizás este pintoresco jardín despierte diversos sentidos para quien lo visite, aunque lo que contiene no es solamente su hermosura floral, sino también la historia que le dio vida al mismo. Y en este sentido, debo decir otra característica que me sorprende de los japoneses: creer y sentir que todo es posible si se dispone de tiempo, esfuerzo, y se tiene un objetivo claro, de que nada parecería ser imposible. Me vino a la mente esta reflexión cuando leí que ellos habían trabajado toda su vida en el campo, criando vacas, viviendo una vida austera, educando a sus dos hijos, con el sueño de que, algún día, podrían viajar por todo Japón. Y todos los días trabajaban con este objetivo claro. Además, los japoneses siempre piensan desde una edad temprana qué harán con el tiempo cuándo se jubilen. Un día, luego de 30 años de matrimonio, donde todo parecía transcurrir normalmente, la señora Kuroki tuvo un problema con la vista. Se le agravó por su diabetes, culminando en la ceguera. Y a continuación relataré algo que, creo, no podría ser exclusivo de los japoneses, sino que representa una historia de amor, y lo que uno podría hacer por amor, pero creo que el modo de la obra de creación (el jardín) y la manera de proceder tiene su beta japonesa. Ella, a partir de la ceguera, se aisló y cambio su vivaz forma de ser. Su marido, al verla así, se sentía muy dolido, y creó un increíble jardín para devolverle la sonrisa a su esposa. Como resalté anteriormente, la beta japonesa de esta preciosa creación, como lo es el jardín de flores, radica en la humildad de su marido al pensar: “Si al menos pudiera tener uno o dos visitantes al día, fomentaría a que mi esposa salga del ostracismo”, según lo detallado en el artículo. La beta japonesa radica en lo poquito que se puede hacer para lograr un gran cambio. Entonces, su marido cultivo un precioso jardín, no solo estéticamente bello, sino que tuviese un perfume. Y en este sentido puedo decir que los japoneses están en todos los detalles y pensando en los demás. Así, el señor Kuroki no solo pensó en la belleza que otros fueran capaces de disfrutar con la vista, sino en el perfume que se podrían compartir también con su esposa. Estos son alguno de los aspectos que admiro y valoro de los japoneses. Además, es una tierna historia de amor. El final es conmovedor, porque, gracias al amor de su esposo y los visitantes, su esposa recuperó su viva sonrisa.
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