Hace 35 años que Arimidzu Sensei practica y enseña una de las artes japonesas más tradicionales, el Chado, toda una forma de vida. En esta nota, realizada por su nieta, se traza un recorrido de su trayectoria, en donde la responsabilidad y la constancia son dos cualidad que la distinguen.
Emiko Arimidzu es una mujer de pocas palabras y gestualidad suave. Su departamento, en el barrio de Monserrat, transmite calma y tranquilidad. Es allí en donde da clases de Ceremonia del Té. Arimidzu Sensei también enseña en el Centro Cultural de la Embajada de Japón, donde las clases, para observar, son abiertas al público.
Todo empezó en 1979, cuando, entre las reuniones del Círculo de Damas de la Asociación Japonesa a la que pertenecía, tuvo su primer acercamiento a la Ceremonia del Té. En 1982 llegó a Buenos Aires, desde Japón, Okuda Sensei, quien fue su maestra. Tres años más tarde, Arimidzu Sensei fue designada instructora para continuar con la enseñanza. Después de un tiempo, en 1992, viajó a la Escuela Urasenke, en la ciudad de Kioto. Fueron siete meses de estudio intensivo bajo el programa Midorikai. Fue allí en donde recibió el nombre “cha-mei-So-e” como Instructora de Ceremonia del Té. A su regreso continuó con su tarea de enseñanza. “No había nadie capacitado para dar clases acá. Siempre quise hacer algo ligado a la cultura japonesa, y lo más cercano que encontré fue la Ceremonia del Té”, cuenta. En todos los años, Sensei rara vez suspendió una clase, excepto por viajes ocasionales, siempre ligados a esta actividad. La responsabilidad y la constancia son dos cualidades que la distinguen. Además de las clases que religiosamente dicta los viernes en el Centro Cultural e Informativo de la Embajada de Japón, entre los años 1990 y 2010 introdujo al mundo del té a los alumnos de cuarto y quinto grado del colegio Nichia Gakuin con la ayuda de sus alumnas de toda la vida, Keiko Tanaka, Tsuneko Oshiro y Lucy Nomura. También participó de diversas demostraciones en centros culturales, el Jardín Japonés y otras instituciones. Arimidzu Sensei es además presidenta de Urasenke Argentina. A lo largo de su trayectoria participó de las distintas celebraciones de delegaciones de Urasenke en todo el mundo: los 50 años de Urasenke Hawai (2001), el 50 y 60 aniversario de Urasenke México, Brasil, Perú y Argentina, celebrado en el DF en el 2004 y 2014 en San Pablo, y del Urasenke Europa Convention en Roma (2006). En el 2008 recibió un Premio del Ministerio de Relaciones Exteriores en reconocimiento por su labor en la difusión de la Ceremonia del Té, y hace apenas unas semanas la Fundación Cultural Argentino Japonesa la nombró miembro del Consejo de Notables por su trabajo y su aporte a la cultura japonesa.
Vida cotidiana Siempre pensé que mi abuela era japonesa. En realidad nació en Buenos Aires, en el barrio de La Boca. Sus padres, Keiji Kono y Fujie Aihoshi, tenían una tintorería, “La veloz”. Su idea era regresar a su Japón natal, pero por cuestiones económicas no pudieron embarcarse de regreso, junto a sus cuatro hijas, entonces decidieron viajar de a tandas y mandaron a las dos mayores, Ritsuko y Emiko. Justo estalló la Segunda Guerra Mundial y las dos hermanas permanecieron allí junto a su abuela, en la casa familiar en Aihoshi, en Kagoshima. “Cuando terminó la guerra, volvimos para la Argentina porque en Japón ya no se podía vivir”, recuerda Sensei. Tengo una teoría personal: la práctica de Chado fue para ella una forma de mantener siempre vivo el vínculo con la cultura japonesa y sus raíces. En plena guerra, y viviendo en una casa en una zona rural de Japón, nadie practicaba Chado. Sí había algo de Ikebana, según recuerda Sensei. “Era algo muy elevado para los japoneses. Pensándolo bien, no es así. El Chado es una educación, te enseña a hacer lo que se llama giogi zako, la vida de todos los días, la vida cotidiana”. Vuelvo a reflexionar sobre el discurso de mi abuela; es una persona de pocas palabras, pero cuando habla usa las palabras justas. Cuando le pregunto qué fue lo que aprendió de todos sus maestros y de todos estos años dando clases, dice que no puede asegurar saberlo todo. Con una sonrisa, responde: “Sigo aprendiendo”. A sus 84 años, Sensei está tan activa como siempre. En el 2015 viajamos juntas a Japón para reencontrarnos con la familia y recorrer. De este viaje familiar también participó mi tía, su hija menor. Por supuesto, hubo un momento reservado para visitar la sede de Urasenke en Kioto. Sensei acaba de terminar el ciclo de clases, pero ya tiene en agenda el inicio del año 2016, que arrancará el tercer sábado de enero, como cada año, en el tradicional Hatsugama que celebra junto a sus fieles alumnas. Y también tiene un viaje planificado. El año que viene Urasenke Hawai celebrará sus 65 años y ella estará presente para los festejos.
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