Jueves, 27 de Agosto de 2015
“Momentos de la infancia de nuestros abuelos”
Escrito por Dra. Cecilia Onaha   

Los pasajes que se transcriben a continuación son traducciones del escrito Huellas del camino que yo recorrí (registros de media vida), de Seiki Tamashiro, facilitados por su hija, Kimiko.

Yo nací en el año 9 de la era Taisho (1921), junio, 20. Mi madre falleció a poco de haber nacido yo. Luego, mi padre se casó dos veces, separándose de su segunda pareja y enviudando también de la última, de modo que apenas conocí el amor de una madre. Si bien mis tías –las hermanas mayores de mi padre–me mimaron, me convertí en el niño de mi abuelo. Cuando volvía a casa después de jugar hasta el cansancio con mis amigos, y me enteraba de que mi abuelo había salido, lo iba a buscar, y cuando lo encontraba visitando algún pariente, recién me tranquilizaba. Lo tomaba de la mano y volvíamos juntos a casa. Cuando nos íbamos a dormir, lo hacía bajo el mismo futon de mi abuelo, acurrucado en sus brazos. A veces él tomaba un poco de más, y entonces recordaba sus tiempos de juventud, cuando participaba de las obras de teatro de la aldea, y recitaba pasajes de las obras, que yo escuchaba con atención. Hoy, 80 años después, las recuerdo vivamente, al punto de poder recitarlas también.

Antes de la guerra, en cada aldea de Okinawa había un pequeño ingenio para procesar la caña de azúcar, de uso común para todos los aldeanos. Consistía en una prensa por la cual se pasaba una o dos cañas por vez para exprimirla y extraer el líquido que luego se procesaría para hacer azúcar. Por supuesto, no era a motor, sino que era movido por un caballo. El líquido se juntaba en una gran olla que se calentaba hasta producir azúcar negra con la que se llenaban toneles de 100 kilos y se llevaban a la cooperativa de producción.  Los días de descanso, el lugar quedaba desierto, y como no había ningún adulto, para los niños se convertía en un magnífico lugar de juegos. El palo del que se hacía tirar al caballo estaba fijo para que no se moviera, pero un día lo desatamos y de pronto dije que yo haría del caballo y comencé a tirar de él. Al mismo tiempo, Shigeichi Nakasone  agarró una caña de azúcar y la introdujo en la prensa, y con tan  mala suerte que sus dedos se fueron con la caña y quedaron atrapados. Lanzó un gran grito y comenzó a llorar. Me pegué tal susto que solté el palo y salí corriendo, escapando a mi casa. Los chicos que habían quedado en el ingenio corrieron detrás y empezaron a gritar: “Seiki lastimó a Shigeichi con la máquina de azúcar”. Entonces salió mi segunda madrastra y los enfrentó a todos diciéndoles que ellos también habían estado jugando en un lugar prohibido y eran también culpables como yo, y que la próxima vez les haría doler los dedos sanos que les quedaban. Los chicos malos, sorprendidos, salieron huyendo. Entonces mi madrastra se dirigió a mi gritando: “¡Ahora es tu turno! ¡Cambiate rápido de ropas! Un chico como vos, que no sabe entender lo que se dice, es “Ichimanaaui” (Itomanuri= lit. vendido al pueblo de Itoman, expresión que se utilizaba para identificar a los niños de familias campesinas que por no poder mantenerlos, se los cedía a cambio de dinero, a familias de pescadores de Itoman, quienes los empleaban para la pesca). Diciendo esto, mi madrastra también se cambió de ropa. Luego salimos de la casa. No sabía a dónde quería ir, hasta que llegamos frente a la casa de Shigeichi y me hizo esperar allí en la puerta. Mientras saludaba – “Konnichiwa”–, entró en la casa. Habló con la mamá de Shigeichi y al rato salió.  “Ya está bien, volvamos”.  Luego lo supe, ella fue a disculparse en mi nombre por haber lastimado   a Shigeichi.
Otro recuerdo que tengo en relación con el ingenio azucarero se remonta también a comienzos de la era Showa (1926-1989). Se habían organizado los pueblos y ciudades en agrupaciones de cinco barrios de responsabilidad compartida, y en ese entonces se impuso una multa para cualquier persona mayor de 8 años que estuviera comiendo al aire libre caña de azúcar. Era de un centavo por día –una carga económica pesada–, más la vergüenza de tener que lucir una tableta que anunciaba la falta cometida, hasta encontrar al alguien cometiendo la misma falta.  Yo había cumplido 8 años recientemente y estaba con otros amigos jugando cerca del ingenio del pueblo, cuando de pronto se aparecieron dos muchachos mayores de la aldea vecina. Estaban masticando caña de azúcar y uno de ellos dijo: “Mirá qué rico, ¡vos también comé!”, y de pronto la puso en mi boca. Me colgó la tableta en mi cuello y salió corriendo. Yo regresé a mi casa llorando. Entonces, mi padre averiguó los nombres de estos dos chicos y fue hasta el pueblo vecino. Allí  habló con la madre de uno de ellos, le dijo lo que había hecho, le entregó la tableta y regresó a casa.
Luego no sé qué sucedió, pero junto con la desaparición del sistema de responsabilidad compartida cada cinco aldeas, al parecer también desapareció el castigo por comer caña de azúcar.  Este castigo, de larga historia, tras tenerme a mí como su último protagonista, fue eliminado.
Tras cumplir los 8 años, en el siguiente abril llegó el esperado momento de comenzar la escuela primaria. Con mi primer libro de lectura, que comenzaba con las palabras “hana (flor), hato (pato), mame (poroto), masu (trucha)”, y un cuaderno nuevo, además de los útiles escolares en un portafolio de cuero, asistí al primer grado en la sección anexa de la escuela primaria de Nishihara, mi pueblo, ubicada en la sección (“aza”) del pueblo llamada Onaha. En esos momentos, los chicos de primer grado debían concurrir a los edificios anexos del aza Onaha y del aza Tanabara. De segundo grado hasta el segundo de la escuela primaria superior, ya concurríamos a la escuela principal ubicada en el aza Onaga. El nombre oficial de la escuela era Nishihara Jinjoukoutoushougakkou (Escuela primaria superior común), que luego se convirtió en Nishihara Kokumin Gakkou (Escuela primaria nacional). Casi todos mis amigos llevaban sus útiles escolares envueltos en un pañuelo (“furoshiki”), pero yo, debido a que mi tío había ido a trabajar a Osaka, había recibido de regalo un portafolio de cuero negro, de modo que en toda la primaria no tuve la experiencia de llevar un furoshiki. Al ir a la escuela hice muchos amigos, principalmente chicos que estudiaban mucho, chicos fuertes, chicos que corrían rápido. Ya en los grados superiores, me hice amigo especialmente de chicos a quienes les compraban revistas como Yonen Club o Shonen Club todos los meses, porque les pedía que después de leerlas me las prestaran. Y así, bajo la luz tenue de una lámpara de petróleo, me quedaba hasta altas horas de la noche, cuando se escuchaban los gritos del abuelo o del tío: “¡El petróleo cuesta dinero, eh!, ¿ya sabes, no?” (en esa época no era común la luz eléctrica y menos en una aldea del interior y se utilizaba para iluminar las casas lámparas de combustible.)
Al pasar a segundo grado, comenzamos a ir al edificio principal de la escuela y nos agruparon en cuatro divisiones “ko-otsu-hei-cho” (甲乙丙丁) e ingresé en el grupo “hei”. Aquí fueron elegidos los alumnos que comparativamente tenían buen rendimiento escolar y del anexo de Onaha eran elegidos apenas 4 o 5 chicos. El maestro a cargo del curso era Choshu Yakibe. Era una persona bastante mayor, de carácter estricto, pero muy dedicado en su tarea, al punto de que los quince minutos del recreo, en lugar de regresar a la sala de maestros, se quedaba con nosotros cuidándonos mientras jugábamos. En esos tiempos, uno de los objetivos de la escuela era el promover el uso de la lengua estándar y que se dejara de utilizar el dialecto . En nuestro caso, el maestro controlaba especialmente el cumplimiento de esta directiva incluso durante el recreo.  En cada hogar, y por supuesto en el momento de juegos con nuestros amigos, en el momento de ir y volver de la escuela, era natural que usáramos el dialecto, por eso resultaba muy difícil controlarse en el recreo. Al momento de que a alguno se le escapaba una palabra en dialecto, y alguno se daba cuenta, enseguida se veía rodeado de sus compañeros quienes coreaban “¡dialecto!”, “¡dialecto!”, y el niño que era más sensible, apabullado, enseguida se ponía a llorar. En esos tiempos, Ryouichi Goya era el más fuerte en un juego que era muy popular entre los niños del momento, que era algo así como despeinar más rápido al compañero. Las clases eran mixtas y los mejores alumnos eran, entre los chicos, Kameichi Miyahira, y entre las chicas, Teruko Onaga. En clases de 50 alumnos, la mitad eran chicas, pero hasta incluso saludarse era algo inconcebible. Fue durante el segundo semestre, en el segundo grado, cuando Shinzato Shigeko, de la Farmacia Shinzato, de la sección Onaha, y yo, fuimos seleccionados para practicar caligrafía. Dos semanas después, solo quedé yo, y un mes más tarde debía practicar con un instructor especial una hora por día de caligrafía escribiendo “Cuatro puntos cardinales, este, oeste, sur y norte”.  Mi caligrafía fue seleccionada para ser presentada en una exposición en honor del Emperador Showa, y este hecho fue publicado incluso en el diario Asahi. El maestro me mostró la nota en el diario. En un pueblito del interior profundo, esta noticia se difundió como algo muy importante, aunque para mí, que apenas había practicado un poco más que otros compañeros, incluso hasta hoy me da vergüenza el pensar que dijeran que era un dotado para la caligrafía.
La maestra de segundo año, Yakibesensei, no solo era estricta en lo correspondiente al estudio, sino también en los modales y la etiqueta social, aspectos en los que nos instruía severamente. En la pared del frente del aula, coronando el centro, había escrita una frase: “Hagamos hoy algo bueno”. Siempre estaba allí presidiendo cada momento de la clase y no podía dejar de leerlo en silencio. Y la maestra, de vez en cuando, nos preguntaba a uno por uno: “¿Qué cosa buena hiciste hoy?”. No era cuestión de mentir, de modo que cada día me tenía que esforzar y ponerme a pensar acerca de qué cosa buena había hecho.
En ocho años, mi casa fue elegida y durante dos períodos mi padre ejerció como jefe de aldea, tarea a la cual al final renunció para viajar para trabajar en la Argentina. Para eso, se dirigió  a la oficina de trámites para emigración de Tokuda, ubicada en la ciudad de Naha. Por aquella época era común una enfermedad de los ojos llamada tracoma, quienes tuvieran esta enfermedad debían tratársela o era motivo de impedimento para viajar. Mi padre debió entonces hacerse tratar por un oftalmólogo. A los efectos de poder pasar el examen de aptitud médica, mi padre iba todos los días a tratarse y de vez en cuando, debía permanecer en la ciudad por dos o tres días, y entonces dormía en un ryokan sencillo. En esas ocasiones solía llevarme, parábamos juntos y aprovechaba para llevarme al teatro, experiencia que ha quedado en mí como un recuerdo divertido. Finalmente, un mes después mi padre pudo aprobar el examen médico y desde el puerto de Naha, haciendo escala en Kobe, partió para la Argentina…

 

Traducción y notas: Cecilia Onaha

Archivo Histórico de la Colectividad Japonesa

Informe de Junio de 2015

Durante el mes de mayo se llevaron adelante las obras básicas de acondicionamiento del espacio asignado en el primer piso de la Asociación Japonesa, además de la entrada y la escalera de acceso.
Durante junio se terminaron estas tareas y se realizaron las primeras actividades públicas.

Obras
El balance al 1 de julio de 2015 es:
Ingresos totales:     $ 25.675
Egresos totales:    $ 30.808

Grupos de trabajo
Sobre las actividades propiamente dichas, cada equipo de trabajo continuó con sus tareas.
Historia de la actividad económica – empresarial: visita al señor Masayuki Imamura (colaborador: Jerónimo Takahashi – UBA)
Historia de las artes - música y danzas: entrevistas a las profesoras Misako Yamamoto y Hiroko Nakamura.
Historia de los científicos nikkei y la cooperación científica-tecnológica entre Japón y Argentina: entrevista al Doctor Humberto Shinzato.
Historia y género: se recibió de la University of the Ryukyus el reporte del proyecto: IIOS (International Institute for Okinawan Studies), Gender Studies in Okinawa (2014).
Historia y memoria: agrupación de familiares de desaparecidos de la colectividad japonesa.
Descendientes de los inmigrantes del primer contingente del Kasato Maru a Brasil.
Participación en la I Jornada de Mujeres Migrantes de la Ciudad de Buenos Aires. Salón Dorado de la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires: agradecemos especialmente a la profesora Yamamoto y a Élida Aragusuku por su participación.
Con vistas a la realización de la primera actividad cultural: Conmemoración de la llegada de los inmigrantes del Kasato Maru, a ser realizado el sábado 20 de junio, se abocó al trabajo de preparación del mismo.
Grupo técnico: se realizó una primera reunión con el bibliotecario Diego Higa y las especialistas en archivística: Eliana Macías y Jaqueline Nakaganeku.

Nueva línea de trabajo
A iniciativa del bibliotecario Diego Higa, se propuso la apertura de un grupo de historia de los deportes en la colectividad. Se invita a todos los interesados en colaborar y aportar información a comunicarse con nosotros.

Donaciones
Durante estos dos meses hemos recibido apoyo de muchas personas quienes han ofrecido principalmente su tiempo de trabajo. En primer término al personal administrativo de AJA, Verónica y Lucía; también al personal de FANA, Alejandra Hashimoto y a la voluntaria de JICA para FANA.
A los integrantes de la comisión directiva de AJA quienes además de los temas regulares de la administración de la asociación, dieron parte del tiempo a atender las necesidades del archivo, en especial Susana Tamashiro y Matilde Sato. Una mención especial deseamos hacer respecto de la colaboración del Sr. Jorge Yohena, por su apoyo con el catering.
A los colaboradores (graduados y estudiantes) de la cátedra de Historia de Asia y África de la UNLP, mi agradecimiento por su participación en el evento del 20 de junio.
Donaciones materiales: a los $ 13.700 reunidos, se suman las siguientes donaciones. Akira Ikegaki (recibo 1944) $ 1000; Carlos Alberto Asato (recibo 1950) $ 6000; Alberto Onaha (recibo 1952) $ 500; Ernesto Kimura (recibo 1953) $500; Muhen Fujisono (recibo 1955) $500; Matilde Sato (recibo 1956) $ 500; Agrupación de Familiares de Desaparecidos (recibo 1958) $750; Fusao Takahashi (recibo 1954) $ 200; Masanao Kobayashi (recibo 1960) $ 200; Flia. Yamakata (recibo 1960) $ 200; En el mismo recibo 1960 se incluyeron las donaciones de Elsa Inafuku de Nakamatsu, Mabel Furusho de Shinzato, Celia Miyai, Cristian Delfino, Jorge Yohena y otras tres personas más que no dejaron su nombre, con un total de $ 1100. Por venta de libros y pins se recaudó $ 675.