Formado en un monasterio de la escuela Soto Shu, hasta los 35 años se llamaba Joaquín y trabajaba en Sistemas en el Microcentro porteño, hasta que, en un momento, decidió abandonar todo y tomar otro camino.
Parado en la puerta de la Asociación Japonesa en la Argentina (AJA), un hombre viste un samue oscuro, la ropa de trabajo de los monjes zen, con un rakusu color crema que cuelga de su cuello, algo así como una pechera cuyo diseño son varias tiras de tela rectangulares cocidas que representan un campo fértil. Y es que, como explicará Senpo Oshiro, así como el arroz de los arrozales alimenta a toda la comunidad, el fruto de la práctica zen lo nutre. El monje tiene unos días muy atareados por la organización del Sesshin (retiro espiritual) del 8 de diciembre en la casa del cardenal Copello, en Parque Chas, la visita de un monje desde Japón y su posterior participación en un retiro en Uruguay la semana siguiente.
A la temperatura de la calle se le contrapone el frescor de ese sombrío y largo pasillo de piedra una vez traspasada la puerta de roble de AJA. Senpo va mostrando el camino: primero, por la puerta del restaurante Nikkai con su linterna de piedra zen, su techo de madera que enarbola dos lámparas de papel entre dos altas y finas columnas griegas. Seguimos viaje y luego de girar a la derecha por un pasillo lleno de recovecos, se escuchan algunas voces y sonidos propios de los preparativos de apertura de un restaurante; más atrás, una escalera que lleva al pequeño templo: una habitación donde funciona su Dojo de la escuela Soto Zen, justo debajo de un gimnasio que alternativamente es lugar para la práctica de Karate, Aikido y Kendo. Oshiro, formado en un monasterio afiliado a la escuela Soto Shu, de su fundador Dogen Senji (1200-1253), y que hace unos años le otorgara el título de misionero -enseñante para la práctica zen en Latinoamerica-, hasta los 35 años se llamaba Joaquín y trabajaba en Sistemas en el Microcentro porteño, hasta que, en un momento, decidió abandonar su computadora y la del trabajo, su celular y el del trabajo, el bipper, las claves de acceso de la empresa, y tomar otro camino: “Hacer algo, no por la empresa, sino por los demás. No es la necesidad de hacer cosas por el otro, es algo que se va dando naturalmente. En todo, nuestros actos tienen un impacto sobre los demás; todo lo que hacemos o dejamos de hacer, desde lo más pequeño hasta las cosas más trascendente”.
Año 2004. Joaquín había planeado tomarse unas vacaciones y recorrer el mundo en su velero de madera, pero finalmente se decidió por viajar a Japón, en avión, atraído por la idea de visitar familiares. Así llegó con su camcorder y dos máquinas de fotos al monasterio Shogoji, en la prefectura de Kumamoto. La impresión que le causó ese templo fue tan fuerte que se decidió a cambiar su rutinario ir y venir por las calles del microcentro para comenzar una larga peregrinación por China, Tibet, Nepal, India y Thailandia, visitando santuarios y templos budistas. - ¿Qué lo conmovió durante esa primera peregrinación por Asia? - En Tibet había gente que hacia peregrinaciones de 1200 kilómetros, y cada paso era una postración, no avanzan caminando, sino haciendo postraciones: se incorporan, se arrodillan y se vuelven a parar, todo para llegar a un templo en Lhaza. Eso fue muy impresionante. La devoción con que la gente hace ofrendas de flores, comidas, todos los días. La gente vive lo que cree; todos los días están presentes sus convicciones, sus valores, su fe; uno puede coincidir o no con determinadas costumbres o creencias, pero la gente lo vive las 24 horas, los siete días de la semana. Uno come, descansa y trabaja de acuerdo a sus principios y sus convicciones, no es algo que sucede un día a la semana en un edificio con determinada gente.
Siete en punto de la tarde comienza la práctica de zazen. Aguardamos fuera de la habitación, parados, derechos, mientras el silencio es interrumpido por una sirena que pasa por la avenida Independencia. Esperamos, y luego de una indicación de Senpo, vamos ingresando de a uno. Leves sonidos de cubiertos, platos y cuchicheos desde la cocina del piso de abajo hacen todavía más vívida la experiencia. Los practicantes toman los almohadones (zafus) redondos de 35 centímetros de diámetro y, aproximadamente, de unos 20 de alto que se utiliza para la práctica de la meditación, mientras Oshiro explica la postura de loto y la de semi loto y, por último, a los menos duchos, nos ofrece sentarnos de rodillas, con las piernas cruzadas, o ayudarnos de un banquito. La práctica intercala meditación sentada, llamada zazen, con recitación de unos versos, y Kinhin, práctica caminando lentamente en la dirección de las agujas del reloj, manteniendo distancia entre compañeros hasta volver al lugar de donde se comenzó. Por último, hay ocha con galletitas traídas por los practicantes. Cada uno colabora con lo que puede. “Compartir el ocha y compartir un dulce y la práctica de saber dar y saber recibir. En la práctica se manifiesta todo, no importa si somos distintos, todos compartimos. Todos recibimos y todos agradecemos, no hay distinción. Un té se fue para el altar. Compartimos el té con todos. Tenemos en cuenta a todos, incluso a los que no vemos y a los que están ausentes”. - Se suele confundir budismo, zen y sintoísmo… - Hay una tradición que comenzó Siddharta Gautama y que empezó a transmitir por India y que, como lo comenzaron a denominar Buda, el que ha despertado, y en Occidente esto se denominó Budismo, esto pasa a China y luego a Japón. En China se encuentra con el Taoísmo y el Confucianismo, y el Zen llega a Japón a través de varios maestros, entre ellos Eije Dogen, que nosotros llamamos Dogen Senji. Y el Shinto es el culto relacionado con la naturaleza que existía en Japón desde muchos siglos atrás. El sintoísmo es autóctono y nativo de Japón. En cambio, el Budismo es una tradición que algunos maestros llevaron de China a Japón, pero que, a su vez, venía de India. Y dentro del Budismo hay una tradición que algunos denominan Zen. El budismo es como un árbol con muchas ramas, dentro de todas sus ramas el budismo que llegó a Japón, Budismo Zen, también tiene varias vertientes: Rinzai Shu, Soto Shu y Obaku Shu. En particular, en Nanzenji (nombre del dojo de Senpo) nosotros practicamos la tradición de la escuela Soto Shu del budismo de Japón. El budismo llegó a Japón y el Zen llegó unos siglos después. Pero la característica del Zen es la influencia del taoísmo (la práctica que sigue uno, la vía), y el confucianismo le dio ética y moral. Todos esos elementos se fusionaron y originaron el chan, el zen chino que llego a Japón. Y esa fusión es lo que encontramos en Japón, respeto a los ancianos, el valor de la sabiduría, el estudio, el esfuerzo y el principio de solidaridad hacia los demás y unidos a la compasión que venía ya de india. - ¿Cómo era la rutina de formación de monje? - Teníamos que levantarnos a las 3 y media de la mañana, después meditación zazen, después la ceremonia de la mañana, después el desayuno a las 6; a las 7, la limpieza matinal y a las 8 era el té formal de la mañana. A las 9 comenzaba el trabajo comunitario, después teníamos más meditación, la ceremonia del mediodía, el almuerzo y después podía continuar con zazen o más trabajo; la ceremonia de la tarde, la cena a las 5, luego de la cena era la hora del ofuro, el baño, y el zazen o meditación de la noche y, luego, a dormir, a las 9 de la noche. El primer año en el monasterio me peleaba todos los días. Vos tenés que hacer todo lo que te dicen. Y yo decía y por qué, no quiero, y me peleaba todos los días. Y después de unos años de pelear, dejé de cuestionar y simplemente comencé a hacer. Entonces, cuando empecé a aceptar las cosas, las cosas comenzaron a darse, pasaron dos años y luego tres y después pude entender un poco más. - ¿Y un monje Zen en Buenos Aires? - Si yo voy por la calle en Japón, pasaría inadvertido. Acá sorprende, me preguntan si enseño Karate, Taekwondo... Por la lejanía con Japón, hay una barrera cultural importante. Pero lo que es una dificultad también es una ventaja, porque, por esa misma curiosidad, la gente también se acerca y pregunta. La otra dificultad es que en Asia la comunidad apoya o ayuda a los templos y a los monjes, pero acá la mayoría de la gente desconoce lo que es el budismo, entonces se apoya templos y monjes de otras religiones, porque no hay una comunidad budista grande. Hay un apoyo nominal, porque me nombran representante en Argentina de la escuela Soto Shu, pero no recibo ningún sueldo o mensualidad de Japón. Todas las actividades que hacemos se realizan gracias al apoyo de donantes, gente que colabora. - La vida diaria entonces debe ser sacrificada. - Yo doy muchas gracias a Buda de que no tengo que trabajar en el centro. Yo estoy muy agradecido a la vida de haber podido cambiar mi vida. Yo no me siento víctima ni me siento en una posición difícil. Creo que hay personas que sufren mucho más. En el camino que yo elegí hay muchas dificultades, pero es el camino que yo elegí, así que las acepto con naturalidad. Vivo una vida muy arriesgada… (risas): vivo sin obra social, tengo algunos problemas en varias de mis muelas, pero no puedo hacerme los arreglos porque los materiales son caros, pero no importa, es la vida que elegí. No me quejo. - ¿Cómo es su rutina de meditación? - En la medida de lo posible, trato de mantener una práctica diaria, pero hay una imagen que es: uno va al monasterio y tiene que hacer la vida de monasterio. Pero en algún momento tenemos que salir del monasterio y lidiar con la vida cotidiana. No es cuestión de trasplantar el monasterio a la ciudad, sino de mantener la actitud de calma y equilibrio que uno tendría en un monasterio en la vida de todos los días: cuando estudiamos, cuando trabajamos, cuando comemos, cuando descansamos. - El té al final de la meditación, con galletitas merengadas llama la atención. - Galletita merengadas, Scon, bizcochitos, traen lo que pueden y se sirve. Cada día se trae algo distinto para compartir. El té viene de China y llega a Japón a través de monjes budistas, pero toda la ceremonia del té tiene una evolución que se vuelve un camino. Es la práctica del té, es el camino del té. Más allá de ponerle la etiqueta de ceremonia, es la oportunidad del encuentro. Como hacemos acá, el encuentro del invitado y el anfitrión. El anfitrión pone su máximo esfuerzo en ofrecer un té y un dulce a ese invitado, que también pone su máximo esfuerzo y demuestra su sensibilidad apreciando ese té, ese dulce, ese ambiente, ese momento de comunicación entre invitado y anfitrión. Y esas formas también vienen de cómo tomaban el té en los templos. El ikebana también viene de China y también lo llevan los monjes budistas a Japón, y tiene que ver con cómo se preparan los floreros o las decoraciones de los altares budistas, Shumidan, donde se ponían flores y se desplegaban o ubicaban de determinada forma con un balance, y esto da origen al ikebana, cómo la persona manifiesta su sensibilidad. Y lo mismo con la caligrafía, porque los primeros textos impresos en Japón fueron budistas. Hay toda una sensibilidad, un respeto, una consideración que se manifiestan en el arte. Los templos tenían jardines y ese jardín, lo que propicia, es el espacio para la contemplación, entonces ese espacio, que, a su vez, rodea a la casa del té, que le da esa preparación al invitado que llega, que le da un ambiente, un paisaje. En las artes marciales también se refleja esa sensibilidad, ese hacer lo que tenés que hacer, el presente. En el arte es más tangible, pero en la meditación es la práctica donde uno está frente a uno mismo, no frente a un paisaje o alguien más. En el taoísmo se destaca esto del camino o la vía, de la práctica que sigue uno y como se manifiesta eso en el universo, el taoísmo le aporta eso al budismo, por eso está la vía del guerrero o la vía del té o la vía de la caligrafia (shodo), la vía del arco (kyudo), y después recibió influencias del confucianismo, que le dio una ética y una moral en cuanto al respeto a los antepasados, o la apreciación por el estudio o la responsabilidad que tenemos hacia las otras personas. Todos esos elementos originaron el Chan, que es como se conoce al zen en China, que es lo que se trasladó a Japón.
Cuentan que a Dogen Senji, maestro budista y monje fundador de la escuela Soto Shu (1200-1253), el shogun le ofreció construirle el más imponente templo de Japón, el templo, ni más ni menos, que el de Kamakura, donde le pidió que se asentara para dirigirlo e impartir sus enseñanzas. Sin embargo, Dogen se negó. “Mi templo es Eiheji, un pequeño, pequeño templo en las montañas de Echizen”. Tal vez tengamos un pequeño templo por descubrir, en un recoveco alto de una vieja casona de San Telmo, escondido entre dojos de artes marciales y un pintoresco restaurante japonés.
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