Sábado, 18 de Diciembre de 2021 |
Con los ojos rasgados, en la cancha y en la vida |
Escrito por Emilio Matsuyama, Andrés Asato y Gabriela Arakaki |
SERGIO NAKASONE, uno de los CEO más importante de la TV chilena y director regional de Desarrollo de Contenido de HBO Max. Recuerda su infancia en la Tintorería Osaka de Lanús como un gran Parque de Diversiones, donde las planchas se convertían en platos voladores y el piso de baldosas era su Play Station. A la sombra que le daban los trajes y pantalones recién planchados jugaba al fútbol con botones de las camisas que juntaba del tumbler o la máquina centrifugadora, usándolos como pelota. Esa imagen la lleva como medalla en sus viajes porque de chico fue muy feliz en la tintorería de sus padres donde “mamó la cultura del trabajo” y el “espíritu de equipo”, que fue la fórmula imbatible que le enseñó en la vida a salir adelante. Sergio Nakasone tiene hoy 53 años y en el 2008 llegó al Canal 13 de Chile donde estuvo a cargo de dos realities como Año Cero y Mundos Opuestos, y produjo programas como MasterChef. Hoy es el director regional de Desarrollo de Contenido de HBO Max. Lector del escritor japonés Haruki Murakami, que le permitió descubrir su lado japonés más allá de las diez palabras que sabía en el idioma de sus ancestros de chiquito, cumplió su sueño de conocer la isla pero no llevado por cuestiones laborales sino por una pasión que aún en la distancia, le sigue resultando incontrolable: su amor Granate. Fue uno de los cien hinchas del Club Atlético Lanús que en agosto de 2014 viajó a Tokio para disputar la Copa Suruga Bank, frente al Kashiwa Reysol. Admirador también de Marcelo Bielsa, Clint Eastwood, Charly García y el Pepe Sand, asegura sin dudar que sus verdaderos ídolos son dos: Mario Nakasone y Ángela Matsunaga, sus padres. Aquí les contamos, en una entrevista exclusiva con La Plata Hochi, la historia de este nieto de japoneses que reside en Chile y tiene la capacidad de emocionarse tanto al caminar por una de las peatonales más conocidas del mundo en Shibuya, como cuando vuelve al país y se mezcla con la multitud de hinchas de Lanús que transitan la calle Arias y lo transportan a sus días más felices.
-¿Dónde, cuándo y cómo nace este relato de vida familiar? -Soy Nakasone por mis abuelos paternos provenientes de Okinawa y Matsunaga por los maternos que vinieron de Tokyo. Mi papá se llamaba Mario Nakasone, floricultor primero, tintorero después; mi mamá se llama Ángela Matsunaga, tintorera también, ama de casa, maestra particular, mentora y mi principal consejera hasta el día de hoy. Tengo una hermana, Alejandra, que es diseñadora gráfica. Para ambos, nuestros padres son los grandes motores de todo lo que hicimos y hacemos de nuestra vida. Mis primeros 4 años de vida transcurrieron en Florencio Varela, entre claveles e invernáculos. Después llegamos a Lanús, los cuatro más mis abuelos y mi prima Rinko, que se crio con nosotros y es como mi hermana mayor. Mi infancia en la Tintorería Osaka la recuerdo como Disneyword y de chico fui muy feliz en el negocio de mis viejos y también fue mi primer trabajo, ayudándolos: la cultura del trabajo y el espíritu de equipo comencé a aprenderlo ahí con mis papás que conformaban un dúo imbatible. Mi papá ya a principios de los ’80 manejaba el concepto del delivery, cuando las cosas de la tintorería se pusieron más cuesta arriba, empezó a ir al mercado y repartir verdura a sus clientes. Un genio con mi mamá siempre como bastión. -¿Cómo ingresaste al mundo de la publicidad? -En la escuela siempre me fue bien, pero odiaba las matemáticas y me gustaba mucho más lengua, historia y geografía. De chico, siempre me gustó escribir. Me llamaba la atención el periodismo y la publicidad, pero la creatividad de los comerciales argentinos de fines de los ’80 y principios de los ’90 me terminaron por cautivar más. Ganar un concurso de “El show del Clio” de Juan Gujis, programa de publicidad que pasaban por Canal 13 los sábados a la noche, terminó por inclinar la balanza definitivamente. Comencé a coleccionar la revista “Mercado Publicitario”, a conocer y aprender de las historias de David Ratto, Hugo Casares, Raúl López Rossi, Hernán Ponce y los incipientes Agulla & Bacetti. Comencé a trabajar como cadete en una agencia de publicidad, llevando originales a los diarios, U-Matic con comerciales a los canales y retirando comprobantes de aviso. Por escribir una carta que fue publicada en la revista de Gujis, conseguí mi primer trabajo como creativo en una agencia llamada MB10 Publicidad donde me pagaban si el aviso se publicaba. -¿Por qué dejaste de trabajar en ese mercado? -Comencé a trabajar rápido, a los 20 años ya estaba trabajando de creativo. De MB10 Publicidad, pasé a agencias más grandes y rápidamente me aburrieron las exigencias de los directores de cuentas y de los gerentes de producto; pero sobre todo me aburrió estar pensando durante 3 meses en un chocolate para hacer una pieza de 30 segundos. Ahí apareció la tele, apareció Tea Imagen como escuela: la proporción se invirtió brutalmente, tenía tan solo horas para plasmar una hora de contenido al día siguiente, lo que pensaba se hacía. La disciplina y el rigor que adquirí como redactor publicitario me hicieron volar en las tierras caóticas y poco sistematizadas de la TV. Empecé como guionista y hasta hacía las voces en off de unos sketches de “Magazine For Fai”, el primer programa de TV donde trabajé. Tenía ya 27 años, era director creativo en la agencia Altheim Publicidad, recuerdo que trabajaba para cuentas como Beldent, Cadbury, Supermercados Día, La Serenísima; pero se me hacía muy pesado ir cada día a la oficina. Sin dejar la publicidad, allá por el año 1997, comencé a trabajar como guionista en “Magazine For Fai” un programa de culto conducido por niños que se grababa los sábados porque los chicos iban a la escuela de lunes a viernes. Ahí me crucé con Mex Urtizberea, Nora Moseinco, Lucrecia Martel y Mariana Briski. Hoy en día, creo que fue el programa más creativo del que formé parte: de ahí surgieron Violeta Urtizberea, Martín Slipak, Julieta Zylberberg, Martín Piroyansky, Laura Cymer, entre otros; niños en aquel entonces, grandes actores hoy. -¿En qué momento llegan tus trabajos en Chile? -Después de “Magazine For Fai”, trabajé en una página web llamada “Otro Planeta” por la cual dejé la publicidad. A los 3 meses, la empresa quebró y me quedé sin trabajo. La necesidad me llevó a buscar trabajo y entré a Cuatro Cabezas, el lugar soñado para trabajar en TV. Todo iba bien, pero llegó un helicóptero a rescatar a De la Rúa, Argentina era un caos y otra vez me quedé sin trabajo en un país que se incendiaba. Por un amigo que vivía en Miami, me fui a hacer un piloto de un programa allá, alojaba en su casa, me pagaban si mal no recuerdo U$S 2000 dólares por trabajar 3 meses y, gracias a eso, estuve en el lugar indicado en el momento preciso: Promofilm Miami buscaba un creativo para hacer un reality en Caracas, Venezuela; yo había visto de rebote y de al lado cómo en Cuatro Cabezas se hacía “El Bar”, mentí un poquito y me quedé con el puesto. Así comencé con los realities: empecé en Venevisión, seguí con Telemundo (EE.UU.), después RCN (Colombia) y finalmente Canal 13 de Chile; siempre, salvo en EE.UU.; haciendo el primer reality de cada país, un reality que se llamaba “Protagonistas de Novela” que era récord de audiencia en cada país que tocaba. Estar subido a un género nuevo en Latinoamérica, fue como surfear una ola gigante que si no te volteaba te hacía sentir una adrenalina que pocas veces se vive en la TV y en cualquier trabajo. A nivel formato y a nivel tecnológico todo era nuevo: los procesos de construcción de programas, las nuevas formas narrativas y la organización de equipos de 200 personas que trabajaban 24 horas durante los 7 días de la semana a lo largo de 4 o 5 meses constituían un gran desafío. Y todo me tocó hacerlo, sin haber visto nunca “Big Brother”, no me llamaban la atención los realities. -¿Cómo es tu vida actual en Chile? -Empecé con los realities en el 2002, el último lo hice en el 2020: en 18 años, hice más de 25 realities. Fue una gran escuela, una gran oportunidad; pero la TV cambió y también yo cambié. Actualmente trabajo en Warnermedia, soy el director regional de Desarrollo de Contenido de HBO Max, para los proyectos Unscripted (No Ficción). Hoy el mundo audiovisual está regido por las OTT: Netflix, Prime Video, Disney+ y, obviamente, HBO Max. Nuevamente, cuando la TV tradicional se cae a pedazos; distintas situaciones, algunas buscadas y otras azarosas, me permitieron estar en el lugar indicado en el momento preciso y pude saltar a este nuevo mundo en tiempos de pandemia y home office. Como decía Steve Jobs, se trata de conectar los puntos mirando hacia atrás; confiando en el instinto, el destino, la vida, el karma… y es ahí, donde en mi caso, aparece la tintorería, mis viejos, mi barrio, mi infancia, el ser japonés y el ser argentino… para mí una mixtura espectacular que junta Lanús con Okinawa, el sushi con el chorizo, el respeto con la viveza, la educación con la picardía, el fútbol con el yudo, Hijitus con Astroboy… y tantas cosas más. -¿Qué significa el club Lanús en toda esta historia? -Una de las cosas que más le agradeceré a mis padres y más determinantes que hicieron, según mi punto de vista, fue mandarme a la Colonia de Vacaciones del Club Atlético Lanús. Ahí, desde los 7 u 8 años, empecé a amar el fútbol, los deportes, pero sobre todas las cosas el barrio y todo el universo que eso conlleva. Sin dudas, Lanús es mi lugar en el mundo. Tuve la suerte de viajar mucho, ninguna ciudad es mejor ni me genera más placer que Lanús. Cada vez que voy, la recorro, saco fotos, hago turismo en Lanús. Caminar sus calles es recorrer lo que soy. Y obvio, soy hincha fanático del club, viajé por primera vez a Japón, cuando Lanús jugó la final de la Suruga Bank en Kashiwa. Ese viaje fue sublime, fue completar el círculo que iniciaron mis abuelos, fue plasmar a fuego esa mixtura argentino-japonesa de la que les hablaba, fue un viaje mucho más que geográfico… fue un viaje a las raíces de todo lo que fueron mis antepasados y a todo lo que fue y es mi vida acunada en la cultura del barrio. -¿Cómo se vive en Chile y qué extrañás de Buenos Aires? -En Chile se vive bien. Santiago quizás sea la ciudad más ordenada, segura y limpia de Latinoamérica. Quizás un poco aburrida desde mi punto de vista. Soy un agradecido de Chile, un país que me adoptó, me dio grandes oportunidades de crecimiento y desarrollo tanto profesional como humano que lamentablemente quizás nunca me hubiera dado Argentina. Ya llevo casi 15 años viviendo de este lado de la cordillera, me encantaría volver, pero cada vez es más difícil. Por suerte, uno está cerca. De Buenos Aires se extraña todo y de Lanús mucho más. La pandemia hizo más extrema esta necesidad. Llegué a estar 10 meses sin poder viajar. Está mi mamá en Lanús, mi familia: los Nakasone, los Arakaki, los Higa, los Matsunaga, los Goya, los Yamashiro (No sólo en Buenos Aires, también en Rosario y Córdoba). Se extrañan los domingos… los asados… extraño el quilombo argentino y cuando viajo hasta miro de otra manera los piquetes… Y se extrañan los goles del Pepe Sand, claro, el “Inoxidable”. El “Outsider” que no habla japonés…-¿Se te ocurre algún mensaje para la colectividad en Argentina? -Una de las cosas que más me arrepiento de mi adolescencia y juventud es no haber estado más conectado a nuestra colectividad. Pocas veces fui a nuestros clubes, contadas veces fui a los bailes. Me siento un outsider de la colectividad, por eso me encanta dar esta entrevista. De hecho, mi primera entrevista me la hicieron en La Plata Hochi, año 89 o 90 si mal no recuerdo… la tengo guardada en Buenos Aires como un trofeo. A nuestra colectividad en Argentina, simplemente les digo que es un orgullo “ser japonés”, yo ya tengo 53 años, de chico me molestaba cuando me cargaban o me decían “chino”; pero rápidamente entendí que “ser japonés” es un plus si uno honra lo que aprendimos en el seno de nuestro hogar. Nuestros padres, abuelos, bisabuelos nos han dejado un legado que nosotros debemos traspasar y honrar; cuando viajé a Japón me sentí un privilegiado: es maravilloso el sentido colectivo, de servicio y de comunidad que tiene esa sociedad que nuestros antepasados instalaron en nuestro ADN. Aprendí a comer con ohashi de grande, no sé más de 10 palabras en japonés, no conozco las tradiciones y me arrepiento; pero lo más importante creo que lo tengo, lo llevo en el corazón, en mis rasgos y en la sangre: el legado de mi familia. |