“Entre los dos sumaban doscientos sesenta y tres kilos y, sin embargo, el mundo todavía les seguía siendo ajeno. Ya no caerían otra vez en la trampa de las ilusiones, ahora sabían de sobra que el deseo de llenar el mundo con lo que se expandiera de ellos era tan interminable como su amor. Y así debía ser, parecía recordarle a Rodi el cuerpo de Lina cada vez que ella se sentaba desnuda sobre su espalda y las piernas abiertas le hacían sentir ese beso de lago”. Lina y Rodi creen en el juego; juegan y se la juegan. Ellos quieren colmarse y, por eso, su ritual de amor pasa por la comida, pero ambos también tienen una “misión imperial”: copar el mundo con su gordura. Así, Lina y Rodi, se pesan cada tres meses.
Hace como 20 años que están juntos, desde que ambos transitaban los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras. Rodi “apenas si tenía un kilo de más y el culo de Lina era el más perfecto que podía encontrarse en una chica de dieciocho años”, bajo un Levis “que hacía centro en esa etiquetita, minúscula y gigante a la vez, de color rojo, rombo perfecto de luz en las entrepiernas”.. Lecturas de madrugada, cine, teatro, museos; comidas exóticas, posiciones sexuales del porno y más. Ellos dos se amaban “al límite de la furia y sin celos porque en cada gramo nuevo presentían que eran un poco menos parte del mundo”. Pero amarse, para ellos, debía (debe) ser colmarse de otra manera. La pasión que ambos sintieron y sienten los llevó y los lleva a no querer vivir pendientes el uno del otro, sino “ser los dos en uno, sabiéndose siempre dos”. “Vivimos en una época en donde las pasiones parecen ser inventadas”, dice Migual Vitagliano, escritor y profesor de Teoría Literaria en la UBA, autor de La educación de los sentidos, novela que tiene como pareja protagonista a Lina y Rodi. “La gente se desespera por construirse pasiones -agrega-. En este mundo de pasiones bajas, de pasiones tan construidas, a mí me interesan mis personajes por la tozudez de sus pasiones. Yo tenía dos personajes apasionados en un mundo en donde las pasiones son raras…”. Sin embargo, en La educación de los sentidos hay otra pareja que viven su mundo, que tienen otra forma de amarse, y con pasión: Lépore y Brenda. Él ama a su mujer, la ama desde aquella vez que la vio cabalgando. Él, además, es director del colegio internacional japonés de Flores, en donde, justamente, Lina y Rodi son profesores. Como si fuera un telón de fondo, la intriga es marcada por esta escuela a la que asisten, en cierta forma, unos superdotados, y que cuenta con apoyo de “la Embajada”. Y casi como si fuera un texto interpolado, una “novelita”, se cuenta la historia de dos inmigrantes japoneses de preguerra que le escapan a la “deshonra”. El deber ser, el ser así, de esta manera y no de otra, de eso se trata, y Vitagliano, a través de una prosa, que en muchos pasajes es poética, construye una historia que se va ramificando, pero que vuelve a Lina y Rodi, a esa idea de “imperial” de copar el mundo, de amar como ellos se aman.
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