A pesar de ser un día caluroso de febrero y de estar terminando sus vacaciones de verano, los voluntarios de la secundaria de Nichia Gakuin se reunieron en el colegio para preparar el encuentro de la fecha con los abuelos y las abuelas del hogar. Un truco de magia que había resultado sumamente interesante en una visita anterior, nos dio el tema de ese mes: la magia. Tanto los chicos como las profesoras dudaban de poder realizar los trucos con la astucia suficiente para sorprender a sus espectadores. Pero lo que en realidad no sabían era que la magia ya se estaba produciendo, desde hacía tiempo, entre esas paredes que, hoy en día, ya están adornadas con el paso de los voluntarios a lo largo del ciclo 2011.
No es la actividad en sí, sino la sensación de alegría y gratificación que reciben tanto los que dan como los que reciben este gesto. Partimos del colegio a las cinco de la tarde con dos trucos propuestos por la profesora Gabriela Matayoshi, quien nos aporta el material, el origami (papel para plegar) practicado previamente junto a las profesoras de japonés. "Somos muy poquitos profesora", comentó las chicas, aunque saben que no importa si va uno o van 30. Los abuelos nos están esperando sin importar cuántos somos. En esta ocasión, ocurrió algo que no había pasado antes y que, al principio, creímos que no sería tan importante. ¡Llegamos 15 minutos tarde! Al ingresar por la puerta de entrada, las enfermeras corrieron a abrirnos. "¿Qué pasó, chicos? Los abuelitos creyeron que ya no venían". Corrimos escaleras arriba y nos encontramos con el saludo generalizado, caras de tranquilidad, sonrisas enormes y abrazos. Todos parecían aliviados al ver las caras de los chicos que, por un momento, creyeron que este mes no verían. Nosotros no dejamos pasar más el tiempo. Preparamos nuestros materiales, los chicos se ubicaron en las mesas para ayudar a los abuelos y las abuelas que, en breve, lograron una decoración del monte Fuji muy colorida. Los chicos ayudaron a plegar, repitieron los pasos, ayudaron con sus manos también a aquellos que lo necesitaban y respondieron a las numerosas preguntas sobre ellos mismos que sus curiosos interlocutores siempre les hacen. Finalmente llegó el momento de la magia. Dimos vueltas por las mesas mostrando los trucos: Agustina P. se lució con el truco de los pañuelos que cambian de color, Sebastián Y. deslumbró a los abuelos con una esponja de Pikachu que aumentaba de tamaño casi de la nada, y Aymee S. trajo su propio truco de magia con un vaso de agua y una hoja de papel que no deja pasar el agua. ¡Los abuelos aplaudían sin cesar! Al ver sus caras de sorpresa, los chicos se relajaron y siguieron disfrutando la tarde sin problema, porque entendieron, de alguna manera, que la magia del ayudar sin recibir ya andaba por esos pasillos desde hacía mucho tiempo. No se necesitan poderes mágicos ni grandes trucos para sorprender a aquellos que sólo esperan un rato de compañía, un abrazo que los reconforte, alguien con quien charlar, una sonrisa que los emocione. El voluntariado del secundario del colegio Nichia Gakuin comenzó el año pasado, y los voluntarios se siguen sumando. Los chicos han acercado sus propuestas personales, aquello que les gustaría compartir con los abuelos, y se ha transformado en un momento más de encuentro con sus compañeros y docentes, pero que se viste de compañerismo, risas, esfuerzos y satisfacciones con el correr de los meses. "Dar sin recibir algo a cambio" fue la consigna que Gabriela Matayoshi sensei nos dio al inicio del proyecto, y, como docente de estos chicos, y colega de mis compañeras, me sigue llenando de orgullo ver cómo siempre seguimos adelante, cómo los chicos nos sorprenden resolviendo las situaciones y relacionándose con la gente mayor desde el respeto y el cariño. El mensaje que queríamos transmitir dio sus frutos, y ahora, nosotros, disfrutamos tanto como ellos en cada reencuentro. ¡Gracias a todos los que lo hacen posible mes a mes, por su colaboración, apoyo y esfuerzo constante! Ojalá todos podamos aprender a valorar a estos adultos que nos precedieron y que nos necesitan ahora para tenderles una mano y dedicarles, aunque sea, una hora de nuestro tiempo por mes. Y aún más, a estos jóvenes en los cuales no se confía del todo hoy en día en nuestra sociedad, como sujetos desinteresados, que no se preocupan por el de al lado. He aquí las pruebas a la vista, y somos los adultos los que debemos empezar a creer nuevamente en ellos para que los chicos aprendan, así, a creer en ellos mismos. Gracias a la ONG Nikkei Solidaria y al señor Juan Fanego de la Residencia “San Nicolás” por darnos esta oportunidad para compartir con los abuelos. Gracias a Nichia Gakuin, que nos brinda el micro todos los meses, y a los voluntarios, que sin ellos no podría ser posible este proyecto.
* Profesora de japonés - Secundaria Nichia Gakuin
Comentarios de los chicos
- Aymee, ¿Cuál es tu primer recuerdo del voluntariado? ¿Cuál fue tu momento preferido con los abuelos en todo este tiempo? - Mi primer recuerdo del voluntariado fue cuando fuimos por primera vez a la residencia, en la parte donde interrogamos a cada uno de los abuelos. Les hicimos preguntas sobre su vida personal, y me acuerdo que muchos de ellos te hacían reír en la manera en que se expresaban. Al responder, otros se olvidaban de lo que decías, mientras que otros te cambiaban de tema. Luego, a la hora de irnos, en el micro nos matábamos de risa cuando cada uno contaba lo que había pasado con el abuelo que estuvo. También, cuando hacíamos cosas junto a ellos, como los origami y dibujos. Cuando sonreían, se veía que la pasaban bien, y me acuerdo cuando llegaba la hora de irnos, que nos pedían que no nos fuéramos y nos quedáramos un rato más con ellos. Mi momento preferido fue el último que hicimos. Cuando les presentamos a los abuelos los trucos de magia. Donde mostrábamos, mesa por mesa, los trucos que aprendimos: el de los pikachus, la tela mágica y, finalmente, el mío, que fue llenar un vaso con agua hasta el borde, colocar un pedazo de cartulina que tapara la superficie del vaso y darlo vuelta y ver que no cae el agua. Lastimosamente, en la última mesa se me cayó el agua, por confiarme demasiado en girar el vaso y hacer que no se caía nada, jajaja. La cuestión es que la pasamos bien, aunque ese día éramos poquitos los que fuimos, pero lo importante también fue que ellos también se divirtieron. - ¿Cómo te sentís cada vez que entrás al edificio? ¿Con qué expectativas vas? ¿Qué sensación tenés cuando nos vamos? ¿Qué te parece lo más valioso, personalmente, de esta experiencia? - Cada vez que entro al edificio de la residencia siento que estoy haciendo un bien a estas personas y me encanta, no solo porque las puedo poner contentas, sino porque sé que ellos aprecian mucho lo que hacemos y eso significa mucho para mí. Y me voy contento, con una sonrisa en la cara, y con el recuerdo de cada una de sus caras. Yo, personalmente, valoro mucho que se puede hacer por los abuelos y las abuelas en tan solo una hora, una vez al mes.
|