Nadie, salvo los organizadores, conoce "la cocina del Bon Odori". Es por ello que quisiera contarles un poquito más de aquello que no se ve, pero que es el corazón del espectáculo y, por ello, se logra un buen producto. Ante todo, vale hacer mención a la organización, donde una comisión se establece a principios de año y se va empapando con lo que hizo la comisión anterior y, según esa experiencia, se pregunta qué se puede mejorar. Para ello es esencial hacer reuniones con jefe de área de los distintos puestos (de estacionamiento, de entradas, de seguridad, de comidas, de bebidas, de información, de luces, etcétera), donde los padres de los alumnos de la Escuela Japonesa son los partícipes, o algún familiar voluntario.
Lo segundo es el compromiso, sin ninguna ganancia personal a cambio; el sentido de cooperación, el buen humor para seguir, la tolerancia, el escuchar al otro con propuestas y debatir qué es lo que más conviene para todos, planificar consultando siempre, llevar ideas y soluciones..., pero la solidaridad, el compañerismo, el ayudarse hombres, mujeres, jóvenes y niños es el gran motor, y eso se ha gestado paulatinamente, es decir, año tras año las nuevas generaciones han hecho que este sentimiento y el vínculo con la tradición, el respeto a los mayores y la recuperación de lo cultural sea casi prioritario, por lo que muchos dicen que es lo que lleva al éxito del evento, llegando a tal magnitud que es considerado uno de los más grandes en Sudamérica por su "gran organización". Como en una cooperativa, nos designamos puestos simbólicos para la preparación del yakitori. A partir del viernes por la mañana llega el grupo para lavar verduras (este año se calculó más de 5000 yakitori). Por la tarde, los ayudantes de cocina, con tablas, cuchillos afilados y delantal (hombres y mujeres), llegamos para tomar el puesto de los que cortan cebolla, morrón rojo, morrón verde, pollo, etcétera. Todos, al principio, concentrados en su labor, pero pasada la hora comienza el más gracioso a contar chistes o cambiar de rubro (de cortador de cebolla a morrón), algo de música para amenizar, hasta que comienza el momento de armar los brochette, donde compiten las mesas para después decir que alguna hizo, en tiempo record, una cantidad determinada, porque pasan las horas y no solo estamos más expertos en la materia, sino que ya no vemos la hora de terminar para saborear el rico sandwich que hace la comisión de damas con un refrescante aperitivo, escuchando el ensayo de los chicos de taiko y las que practican los bailes. El día del evento, todos en sus puestos y con todo lo necesario para que todo funcione 10 puntos, y al otro día, algo cansados, porque muchos se acuestan pasadas las 3, pero, contentos, nos convocamos para las 9, aproximadamente, para comenzar la tarea de ordenar farolitos, lamparitas en sus cajitas, limpiar las redes de los pecesitos, desarmar los puestos, guardar las maderas, cables, publicidad, ollas, cocinas, garrafas, todo lo que se usó mientras contamos nuestra experiencia en los puestos, alguna anécdota, algún comentario de la gente, algo digno de compartir. A su vez, un grupo ya comienza con el almuerzo: unos regios patys o algún yakitori o takoyaki con bebidas bien frías. Recién pasado el mes, se designa un día para tener la reunión balance del Bon Odori.
Una amiga me escribió y quisiera compartirlo, porque creo que es la magia que en algunos produce el Bon Odori: "Hola Irene: ¡Qué suerte... que nos encontramos hace unos días! Hacía mucho que no nos veíamos y como no creo en las casualidades, pienso que teníamos que encontrarnos para que me dijeras que ayer se hacía el Bon Odori. Me alegra encontrar datos de tu trabajo sobre el tema en el volante informativo, ya pude leer algo de lo que hiciste y me parece bárbaro que lo difundas de esta manera. Hay muchas cosas que no sabía de esta fiesta, recordaba algo que me contaste hace tiempo y fuimos con varias personas que fueron por primera vez. “Este último año fue muy especial para mí. Pasaron muchas cosas fuertes a mi alrededor, ayer bailé mucho más tiempo que otras veces y no podía dejar de pensar en mi amiga Gilda, con la que bailé hace años en ese mismo círculo, tal vez el primer año que fui. Ella falleció en 2011. Al leer tu trabajo descubrí que no sólo tiene que ver con nuestros antepasados familiares, sino también con amigos que ya no están. Recién ahora al leer lo que escribiste en la Web puedo cerrar lo que me pasó anoche". (Escrito el 15 de enero 2011.)
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